Me ha afectado bastante las palabras, las palabras del hermano que ha dirigido hace un momento.
Con la mente me dirijo a la abadía de Pannonhalma, corazón espiritual palpitante de este país, donde hace tres meses se han encontrado para reflexionar y rezar juntos, para rezar juntos. Rezar juntos, unos por otros, y ponernos a trabajar juntos en la caridad, unos con otros, por este mundo que Dios ama tanto (cf. Jn 3,16), este es el camino más concreto hacia la plena unidad.
Los veo a ustedes, hermanos en la fe de Abrahán nuestro padre. Y le agradezco a usted por esas palabras tan profundas que también me han tocado el corazón. Aprecio mucho el compromiso que han mostrado para derribar los muros de separación del pasado. Ustedes, judíos y cristianos, desean ver en el otro ya no un extraño, sino un amigo; ya no un adversario, sino un hermano. Este es el cambio de mirada bendecido por Dios, la conversión que hace posibles nuevos comienzos, la purificación que renueva la vida. Las fiestas solemnes de Rosh Hashanah y del Yom Kippur, que caen en estas fechas y para las que les formulo mis mejores deseos, son ocasiones de gracia para renovar la adhesión a estos llamados espirituales. El Dios de los padres abre siempre caminos nuevos. Así como transformó el desierto en un camino hacia la Tierra Prometida, también quiere llevarnos desde los desiertos áridos del hastío y de la indiferencia a la ansiada patria de la comunión.
No es casualidad que todos los que en la Escritura están llamados a seguir de un modo especial al Señor siempre tengan que salir, caminar, llegar a tierras inexploradas y a espacios desconocidos.
Pensemos en Abrahán, que dejó casa, parientes y patria. Quien sigue a Dios está llamado a dejar. A nosotros se nos pide que dejemos atrás las incomprensiones del pasado, las pretensiones de tener razón y de culpar a los demás, para ponernos en camino hacia una promesa de paz, porque Dios tiene siempre planes de paz, nunca de aflicción (cf. Jr 29,11).
Quiero retomar con ustedes la evocadora imagen del Puente de las Cadenas, que une las dos partes de esta ciudad. No las funde en una, pero las mantiene unidas. Así deben ser los vínculos entre nosotros. Cada vez que se ha tenido la tentación de absorber al otro no se ha construido, sino que se ha destruido; lo mismo cuando se ha querido marginarlo en un gueto, en vez de integrarlo. ¡Cuántas veces ha ocurrido esto en la historia! Debemos estar atentos y rezar para que no se repita. Y comprometernos a promover juntos una educación para la fraternidad, para que los brotes de odio que quieren destruirla no prevalezcan. Pienso en la amenaza del antisemitismo, que todavía serpentea en Europa y en otros lugares.