Cada 29 de agosto, la Iglesia recuerda a Santa Sabina, mártir. Poco se sabe con certeza sobre su vida. Sin embargo, a través de la tradición, es posible conocer algunos datos muy importantes para edificación de los cristianos.
Sabina vivió a principios del siglo II. Nació en el seno de una familia noble y estuvo casada con el senador romano Valentino. Su conversión al cristianismo se atribuye a la influencia de su esclava siria, una mujer llamada Serapia.
Cristo es mi Dios, sólo a Él sirvo y adoro
De acuerdo a las Actas del Martirio -fuente histórica a veces un tanto problemática-, fue a través de Serapia como Sabina empezó a frecuentar la comunidad cristiana de Roma en tiempos del emperador Adriano. Esto la forzó a ocultarse en las catacumbas, ya que la práctica del cristianismo estaba proscrita una vez más y los cristianos eran perseguidos.
Durante la persecución, hacia el año 126, Serapia fue apresada y condenada a muerte por su fe. Se cree que Sabina corrió la misma suerte sólo unas semanas después.
Sabina fue presentada ante el prefecto de Roma, Helpidius, quien le dio la oportunidad de salvarse si abjuraba de Cristo, a lo que ella se negó. Cierta tradición ha conservado sus palabras: “Cristo es mi Dios, sólo a Él sirvo y adoro”. Por esta reacción, tomada como una afrenta, Sabina fue decapitada y sus bienes confiscados.