VATICANO,
El Papa Francisco reflexionó sobre el papel de la Ley para los cristianos durante la catequesis de la Audiencia General de este miércoles 18 de agosto. El Santo Padre recordó que la Ley hay que observarla, los Mandamientos se deben cumplir "pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo".
A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:
San Pablo, enamorado de Jesucristo, que había comprendido bien qué es la Salvación, nos ha enseñado que los «hijos de la Promesa» (Gal 4,28), es decir, todos nosotros justificados por Jesucristo, no están bajo el vínculo de la Ley, sino llamados al estilo de vida arduo en la libertad del Evangelio. Pero la Ley existe. Pero existe de otro modo, la misma Ley, los 10 Mandamientos, pero de otro modo, porque por sí misma no puede justificar una vez que ha llegado Jesús.
Por eso, en la catequesis de hoy nos preguntamos: ¿cuál es, según la Carta a los Gálatas, el papel de la Ley? En el pasaje que hemos escuchado, Pablo sostiene que la Ley ha sido como un pedagogo. Es una bonita imagen, la del pedagogo sobre la cual hemos hablado en la pasada catequesis, una imagen que merece ser comprendida en su auténtico significado.
El apóstol parece sugerir a los cristianos dividir la historia de la salvación en dos, y también su historia personal. Son dos momentos: antes de haberse hecho creyentes y después de haber recibido la fe. En el centro se pone el evento de la muerte y resurrección de Jesús, que Pablo predicó para suscitar la fe en el Hijo de Dios, fuente de salvación. En Jesucristo nosotros hemos sido justificados. Hemos sido justificados por la gratuidad de la fe en Jesucristo.
Por tanto, a partir de la fe en Cristo hay un "antes" y un "después" respecto a la misma Ley. Porque la Ley está, los Mandamientos, están. Pero hay una actitud antes de la venida de Jesús y después. La historia precedente está determinada por el estar "bajo la Ley". Quien se encontraba en el camino de la Ley, se salvaba, estaba justificado. La sucesiva va vivida siguiendo al Espíritu Santo (cfr Gal 5,25).