"Cada vez que entramos en la iglesia los recuerdos vuelven a nosotros. Estuvimos entre los muertos y resucitamos", afirma el P. Marwan Mouawad, un sacerdote maronita de 46 años al cumplirse un año de la devastadora explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, que dejó 200 muertos y miles de heridos.
En diálogo con la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), el P. Mouawad recuerda que el día de la explosión "miramos el techo y pensamos que se nos caería encima. Pensábamos que nos íbamos a morir. Fue la providencia divina la que nos salvó: fue una señal de Dios que no tuviéramos permiso para abrir la iglesia al público en esos días a causa de la COVID-19".
La explosión del año pasado se dio en un almacén abandonado donde había 2700 toneladas de nitrato de amonio, situado a tres kilómetros de la iglesia del sacerdote. Cuando eso ocurrió, el P. Mouawad celebraba Misa para diez personas en un barrio pobre de Beirut, lo que hizo que la iglesia temblara y se cortara la electricidad.
Aunque no falleció nada en su iglesia, una religiosa anciana sí sufrió una herida grave en la cabeza.
"Tras la explosión, salimos de la iglesia y vimos ventanas rotas por todas partes. Tuvimos que mover los escombros para poder caminar por la calle. Parecía una escena de guerra. Había heridos en la calle", recuerda el presbítero sobre la explosión que ocasionó daños por 15 mil millones de dólares, especialmente en los barrios cercanos al puerto de Beirut, mayormente habitados por cristianos.
La explosión supuso también un punto de quiebre en el Líbano.