Mientras estaba en el seminario, el ex ministro presbiteriano Scott Hahn, ahora profesor de teología en la Universidad Franciscana de Steubenville y cofundador y presidente del Centro St. Paul de Teología Bíblica, descubrió a los primeros Padres de la Iglesia cuyos escritos revelaron cómo el Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo Testamento y cómo el Antiguo Testamento se revela en el Nuevo Testamento.
"Cuando predicaba, mostraba cómo Jesús es el nuevo Moisés o el nuevo Salomón o el Cordero pascual. [A mi congregación] le encantó tanto como a mí. Pero cuanto más profundizaba en la predicación patrística y la lectura de las Escrituras, más claramente se volvía eucarística", le dijo al Register.
Pero la Iglesia de Hahn no tenía la Eucaristía. Más bien, la creencia presbiteriana sobre su "Cena del Señor" es que Cristo está presente, pero el pan y el vino son meros símbolos. Esto llevó al entonces anticatólico Hahn a una Misa, como observador, no como participante, con su Biblia abierta a su lado.
"En esa primera Misa, escuché las palabras de consagración… y me doy cuenta, 'esto no es pan; este es su cuerpo, esto no es vino; ¡esta es su sangre!'. Cuando todos empezaron a cantar: 'Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo', fue cuando se abrieron los cielos", recordó.
Una hora después de que terminó la Misa, Hahn todavía estaba sentado en el banco trasero de la capilla preguntándose si había estado en una Misa entre semana o en la adoración celestial de los ángeles y santos en la Cena de las Bodas del Cordero como se describe en Apocalipsis 19:9.
"Era una capilla en el sótano y la liturgia celestial del apocalipsis de Juan", dijo.
De los Padres de la Iglesia, Hahn había aprendido que, para la Pascua, la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto, los judíos no solo sacrificaron un cordero y rociaron su sangre en los postes de sus puertas como rescate, sino que también tuvieron que comer el cordero.
"Esa no era una opción. Si eso es cierto para el antiguo [pacto], no es menos cierto, sino más cierto para el nuevo [pacto]", dijo Hahn.
"Cristo hizo esas provisiones y no solo dijo: 'Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él' (Juan 6: 55-56), sino en el Cenáculo, un año después, encarna realmente esa enseñanza al hacer del pan su Cuerpo y del vino su Sangre. Al leer todo esto a través de los ojos de los Padres, no solo estaba conectando el Antiguo Testamento y el Nuevo, sino que aún más estaba conectando la Pascua y la Eucaristía. La Eucaristía como Pascua de la Nueva Alianza es lo que iluminó el misterio del Viernes Santo", explicó.
Hahn entendió que la Última Cena con los apóstoles en el Jueves Santo es lo que transformó el Viernes Santo de simplemente otra ejecución romana en un sacramento.
"La Eucaristía es donde se inicia el sacrificio [de Cristo]; el Calvario es donde se consuma el sacrificio", dijo.
"El domingo de Pascua [con la resurrección de Cristo] ese sacrificio se convierte en el sacramento, y cuando Cristo asciende al Cielo, lo que ofrece en el Cielo es su Cuerpo glorificado. Lo que recibimos y lo que ofrecemos en la tierra en la Misa es el Cuerpo glorificado de Cristo", agregó.
Hahn dijo que el estudio de las Escrituras le "había llevado a la fe eucarística". "Ir a mi primera Misa fue lo que me llevó a la devoción eucarística", acotó.
La resurrección de Cristo no solo causa la transubstanciación, de modo que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre resucitados de Cristo, explicó Hahn, sino que pone en marcha lo que eventualmente será la resurrección de nuestros cuerpos.
"Cuando recibimos el Cuerpo resucitado de Cristo en la Eucaristía, el Salvador resucitado transforma nuestra carne mortal en su carne inmortal. Sinceramente, creo que los católicos no reconocen lo asombrosa que es la gracia. Es lo que San Juan Pablo II llamó 'asombro eucarístico'. Es asombroso lo poco asombrados que estamos por lo que profesamos", dijo.
Hahn recibió la Eucaristía por primera vez en la Vigilia de Pascua en 1986.
"Casi esperaba campanas y silbidos, voces de ángeles, un toque de trompeta del Cielo. Lo que realmente estaba ahí es cómo lo extraordinario se esconde en lo ordinario. ... Regresé 100% convencido de que el Señor Jesús, a quien había servido, estudiado y enseñado, ahora estaba unido a mí de una manera que nunca antes lo había estado", concluyó.
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en National Catholic Register.
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