MADRID,
Como respuesta al llamado de auxilio urgente a las víctimas hecho por el Arzobispo de Madrid, Cardenal Antonio Rouco Varela, cientos de sacerdotes y religiosas acudieron de inmediato al lugar de los trágicos sucesos para ofrecer su ayuda y el consuelo de Dios.
“Recuerdo a un joven de 18 años; está con su amigo. No tiene más familia. Su padre murió hace ocho años y ahora vivía solo con su madre. La madre, el día 11, no trabajaba, y aprovechó para hacer compras en Madrid. En Atocha encontró la muerte. Me dice: ‘Ahora me quedo solo. Sólo me quedan los amigos’. Y yo le añado: ‘Y un sacerdote que también te quiere y reza por tu madre’. Le di mi dirección”, cuenta el P. Ángel Camino, párroco de San Manuel y San Benito.
“Finalmente me encuentro quizá con lo más trágico”, prosigue el P. Camino. “María de la Soledad iba sentada junto a una de las bolsas con los explosivos. La han reconocido a través de las huellas. Totalmente deshecha, me dice la hermana. ¡Qué casualidad!: sus hijos habían sido bautizados en mi parroquia y aquí será su funeral por expreso deseo de su esposo y padres. Todo ha sido escuchar y escuchar, consolar y acompañar y en estos sencillos actos de amor la recompensa ha sido infinitamente mayor. Apenas he visto gestos de rechazo. Todo lo contrario. Qué lección de dolor transformado en amor, de sufrimiento inmolado”.
El P. Santiago Martín estuvo presente en el lugar donde llegaban los cadáveres. “Me resulta muy duro evocar la escena. No duermo, me duele el pecho, estoy nervioso. En el suelo estaban los cadáveres metidos en sacos de plástico blancos o negros, alineados como soldados que van a recibir una medalla: la que Dios les iba a dar en el cielo”.
“Al acabar el responso, me puse de rodillas y me costó muchísimo no echarme a llorar. Aún ahora se me humedecen los ojos. Después fuimos pasando por los distintos grupos de víctimas, según la zona donde habían sido asesinados, bendiciendo aquellos cuerpos privados de vida”.