El Santo Padre argumentó esta enseñanza con el episodio evangélico de la irrupción del Resucitado en el Cenáculo, donde estaban reunidos los discípulos.
"Cristo resucitado se presenta en medio del grupo de discípulos y los saluda diciendo: '¡La paz con vosotros!'. Pero estaban asustados y creían 'ver un espíritu'. Entonces Jesús les muestra las llagas de su cuerpo y dice: 'Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme'. Y para convencerlos, les pide comida y la come ante su mirada atónita", narró Francisco.
"Hay un particular aquí, en esta descripción", llamó la atención el Pontífice. "Dice el Evangelio que los apóstoles, por su gran alegría, todavía no creían. Eran tal la alegría que tenían que no podían creer que aquello fuera verdad".
"Y un segundo particular, estaban estupefactos porque el encuentro con Dios siempre te lleva al estupor. Va más allá el entusiasmo, más allá de la alegría. Es otra experiencia. Y los apóstoles estaban alegres, pero una alegría que les hacía pensar, 'no, esto no puede ser verdadero, no puede ser así'. Y el estupor de la presencia de Dios. No olvidemos este estado de ánimo que es tan bello".
El Papa explicó que "este pasaje evangélico se caracteriza por tres verbos muy concretos, que en cierto sentido reflejan nuestra vida personal y comunitaria: mirar, tocar y comer. Tres acciones que pueden dar la alegría de un verdadero encuentro con Jesús vivo".
En primer lugar, "mirar", que "no es solo ver, es más, también implica intención, voluntad. Por eso es uno de los verbos del amor. La madre y el padre miran a su hijo, los enamorados se miran recíprocamente; el buen médico mira atentamente al paciente... Mirar es un primer paso contra la indiferencia, contra la tentación de volver la cara ante las dificultades y sufrimientos ajenos".