Una antigua tradición cristiana, vinculada de manera directa a la Semana Santa, conmemora los dolores y sufrimientos de la Virgen María en torno a la Pasión de Cristo, su Hijo amado. Se trata del llamado “Viernes de los Dolores” o “Viernes de Concilio”.
Si bien es cierto esta práctica ha caído en desuso en muchos lugares, en otros se sigue observando, con cariño, reverencia y cuidado, a través de Misas, procesiones, paraliturgias y vigilias.
El “Viernes de Dolores” -de los dolores de la Madre de Dios- se celebra el viernes previo al Domingo de Ramos (V Semana de Cuaresma, una semana antes del Viernes Santo). En esta fecha, los fieles que conservan esta devoción se dirigen a la Madre de Dios bajo la advocación de la “Virgen de los Dolores” o “Dolorosa” porque quieren acompañarla en los días previos al inicio de la Semana Mayor (Semana Santa), días de angustiosa espera.
Los orígenes
Durante siglos y siglos los católicos han profundizado en los dolores que experimentó la Virgen a lo largo de su vida. De manera especial, en los momentos vividos en las proximidades al sacrificio de su Hijo y, naturalmente, en los padecidos después de su santa muerte. “Tu dolor es inmenso como el mar”, repite el coro de uno de los himnos dedicados a la Madre para el Viernes Santo.
Desde los inicios de la Iglesia aparece la conciencia de que la Virgen, aun confiando plenamente en la promesa de la Resurrección, no quedó eximida del dolor por el hijo sometido a la crueldad de los hombres y asesinado sin culpa alguna. Por eso, en muchos países en los que el cristianismo echó raíces -tanto en Oriente como en Occidente- se empezaría a destinar el viernes anterior a la Semana Santa a la meditación y celebración de esos misterios de la vida de nuestra Madre.