14 de diciembre de 2024 Donar
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Viernes de Dolores, el día que acompañamos a la Madre de Dios en sus sufrimientos

Nuestra Señora de los Dolores. Crédito: Dominio Público

Una antigua tradición cristiana, vinculada de manera directa a la Semana Santa, conmemora los dolores y sufrimientos de la Virgen María en torno a la Pasión de Cristo, su Hijo amado. Se trata del llamado “Viernes de los Dolores” o “Viernes de Concilio”.

Si bien es cierto esta práctica ha caído en desuso en muchos lugares, en otros se sigue observando, con cariño, reverencia y cuidado, a través de Misas, procesiones, paraliturgias y vigilias.

El “Viernes de Dolores” -de los dolores de la Madre de Dios- se celebra el viernes previo al Domingo de Ramos (V Semana de Cuaresma, una semana antes del Viernes Santo). En esta fecha, los fieles que conservan esta devoción se dirigen a la Madre de Dios bajo la advocación de la “Virgen de los Dolores” o “Dolorosa” porque quieren acompañarla en los días previos al inicio de la Semana Mayor (Semana Santa), días de angustiosa espera.

Los orígenes

Durante siglos y siglos los católicos han profundizado en los dolores que experimentó la Virgen a lo largo de su vida. De manera especial, en los momentos vividos en las proximidades al sacrificio de su Hijo y, naturalmente, en los padecidos después de su santa muerte. “Tu dolor es inmenso como el mar”, repite el coro de uno de los himnos dedicados a la Madre para el Viernes Santo.

Desde los inicios de la Iglesia aparece la conciencia de que la Virgen, aun confiando plenamente en la promesa de la Resurrección, no quedó eximida del dolor por el hijo sometido a la crueldad de los hombres y asesinado sin culpa alguna. Por eso, en muchos países en los que el cristianismo echó raíces -tanto en Oriente como en Occidente- se empezaría a destinar el viernes anterior a la Semana Santa a la meditación y celebración de esos misterios de la vida de nuestra Madre.

Sin embargo, no sería hasta el siglo XV que la celebración del Viernes de Dolores alcanzaría importancia universal gracias al Papa Benedicto XIII, quien institucionalizó esta conmemoración en 1472: sería el viernes previo al Domingo de Ramos el día ratificado como propio de esta celebración. Con el tiempo, el Viernes de Dolores terminó contribuyendo enormemente a la consolidación de la devoción a la “Virgen Dolorosa” o “Virgen de los Dolores” como una de las más populares en el mundo.

Después de esto, el Viernes de Dolores mantendría prácticamente el mismo espíritu y forma hasta inicios del siglo XIX cuando, en 1814, el Papa Pío VII dispuso un primer cambio importante. Nuestra Señora de los Dolores empezaría a ser celebrada en una ocasión independiente de la Semana Santa: la fecha elegida sería el 15 de septiembre, un día después de la Exaltación de la Santa Cruz.

En el siglo XX

Dentro de las modificaciones hechas a partir del Concilio Vaticano II estuvieron las realizadas al Calendario Litúrgico. Entre estas se determinó suprimir las festividades consideradas "duplicadas"; es decir, aquellas en las que el tópico era el mismo o extremadamente similar. La idea era no repetir celebraciones a lo largo del año de manera innecesaria.

Por esta razón, la fiesta primigenia de Nuestra Señora los Dolores (Viernes de Dolores según el Vetus Ordo) quedó fuera del nuevo Calendario (Novus Ordo) para ser celebrada exclusivamente el 15 de septiembre.

No obstante, en la tercera edición del Misal Romano (año 2000), se conserva la “memoria dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores” como alternativa para la celebración ferial del viernes previo a Semana Santa. Esta modificación fue introducida por San Juan Pablo II en consideración a todas las personas que la seguían celebrando.

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Así, la Santa Sede autoriza que el Viernes de Dolores pueda ser celebrado “en los lugares donde se halle fervorosamente fecunda la devoción a los Dolores de María y en sus calendarios propios sea tenida como fiesta o solemnidad, este día [Viernes de Dolores] puede celebrarse sin ningún inconveniente con todas las prerrogativas que le son propias” (Cf. Tabla de los días Litúrgicos, Misal Romano).

De hecho, en países como México y España, el Viernes de Dolores se sigue celebrando antes de la Semana Santa. En México, por ejemplo, la celebración se entrelaza con las costumbres populares: se preparan altares en las puertas de las casas y los niños van de uno en uno mientras rezan el rosario, y la gente les regala “agua fresca”, bebida tradicional del país.

Sobre los Siete Dolores

La devoción a la Virgen Dolorosa invita a la contemplación de los siete dolores de María. La Madre de Dios prometió, a través de Santa Brígida de Suecia (Ca. 1302-1373), que concedería siete gracias a aquellas almas que la honren y acompañen diariamente, rezando siete Ave Marías “mientras meditan en sus lágrimas y dolores”.

Años antes, el Señor Jesús había mostrado a Santa Isabel de Hungría (1207-1231) a través de una revelación privada, que Él concedería cuatro gracias a los devotos de los dolores de su Santísima Madre.

El Viernes de Pasión

En el marco de la llamada Semana de Pasión (V semana de Cuaresma), los devotos pueden poner especial atención en el ‘Viernes de Pasión’, siete días antes de la Crucifixión (Viernes Santo, segundo día del Triduo Pascual). El cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento sobre el Mesías y lo que habrá de padecer están ‘a punto de ser cumplidas’. Recordarlo una semana antes aparece como algo propicio, adecuado y provechoso.

Ya la Liturgia de la Palabra durante la Semana de Pasión invita a que cada día los devotos contemplen la creciente tensión espiritual que padece el Mesías, consciente de la proximidad de su muerte y de que ello será escándalo para los hombres, entre ellos sus propios amigos y discípulos. ¿No es bueno tener presente una semana antes lo que ha de suceder y ponernos así en sintonía plena con el Espíritu de Dios?

Jesús sufrirá, pero por amor a Dios y la humanidad. Vienen horas terribles, sin embargo, estarán llenas de misericordia y plenas en gracia. Aguardemos con esperanza, la Madre Dolorosa estará a nuestro lado. Ella nos recordará en todo momento que después de la tiniebla, la luz se abrirá paso para siempre.

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