La enfermedad de Teresita comenzó en 2015, cuando le detectaron el tumor. El tratamiento inicial, con cirugía para extirpar el tumor y quimioterapia durante un año, fue un éxito. Sin embargo, en 2018 el tumor volvió a aumentar.
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Tuvo que someterse a una nueva operación y a un nuevo tratamiento en Suiza. Un accidente jugando a finales de 2020 la llevó de nuevo al hospital y el 2 de enero fue nuevamente ingresada debido a los fuertes dolores de cabeza que sufría.
Antes de la operación, programada para el 11 de enero, se encomendó al Beato Carlo Acutis y a la venerable Montse Grases. Sin embargo, la cirugía no pudo realizarse debido a una complicación médica. Hubo que ponerle un drenaje en la cabeza para reducir la hidrocefalia. Por si eso fuera poco, Teresita y su madre dieron positivo por coronavirus, por lo que hubo que aislarlas.
La válvula comenzó a fallar, se obstruía, y eso le causaba gran dolor. Mientras, el tumor seguía creciendo sin posibilidad de operarse. Teresita vivió esa situación con su fuerte espiritualidad: "Como ella tenía ofrecidos sus sufrimientos, pensabas que igual Jesús se estaba aprovechando para salvar a más almas y más almas", dijo su madre, que recordó también las palabras de la niña: "Lo estoy ofreciendo por la gente; por ejemplo, por alguien que esté malito, por los sacerdotes".
En sus últimas semanas de vida, Teresita "era como una crucificada", expresó la madre, sensación que se pronunciaba cuando, ante su imposibilidad para beber agua, las enfermeras le ponían gasas empapadas en agua en la boca. Pero, al mismo tiempo, su afán por ser misionera aumentaba: "Quiero ser misionera", "quiero vivir por Jesús".
Un testimonio que dio la vuelta en todo el mundo misionero
Hasta el momento en que la instituyó misionera, la fuerza de la fe de Teresita ya había dejado una profunda huella en el P. Ángel Camino Lamela, pero lo que sucedió a continuación le causó un asombro inmenso.