Cada 9 de marzo, la Iglesia celebra la fiesta de Santa Francisca Romana, viuda y posteriormente religiosa.
Santa Francisca nació en Roma el año 1384. Cuando tenía 12 años experimentó las primeras inquietudes vocacionales y el deseo de hacerse monja. Sin embargo, sus padres la casaron. Ella, en consciencia y asistida por su gran fe, no solo aceptó aquel matrimonio, sino que formó un hogar hermoso y santo, al que Dios bendijo con tres niños varones.
A causa de la peste negra que asolaba Europa, terminó perdiendo a dos de sus pequeños. Esa tragedia la sensibilizó mucho frente a la realidad de los que viven en pobreza, por lo que repartió sus bienes entre ellos y empezó a atender con bondad y paciencia a los enfermos.
Años después, su marido, que formaba parte del ejército del Papa, fue herido en combate. Entonces Francisca le dedicó todo el tiempo que pudo, lo acompañó en su agonía y permaneció a su lado hasta que murió.
Francisca, junto con un grupo de compañeras, hizo su consagración (Oblación) a Dios el 15 de agosto de 1425, día de la Asunción de la Virgen María; de manera que pasó a formar parte de la cofradía de oblatas benedictinas, bajo la dirección de los monjes olivetanos.
En 1433 Francisca fundó el Monasterio de Tor de'Specchi al que se mudó junto a las oblatas que deseaban tener una vida en común y fortalecer su servicio a los demás.