Todo esfuerzo que se realice para construir puentes entre la comunidad y las instituciones eclesiales, parroquiales y diocesanas servirá como gesto profético de la Iglesia en Irak y como respuesta fecunda a la oración de Jesús para que todos sean uno (cf. Jn 17,21; Ecclesia in Medio Oriente, 37).
Pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y catequistas comparten, si bien de diversas maneras, la responsabilidad de llevar adelante la misión de la Iglesia. En ocasiones pueden surgir incomprensiones y podemos experimentar tensiones; son los nudos que dificultan el tejido de la fraternidad.
Son nudos que llevamos dentro de nosotros; por lo demás, somos todos pecadores. Pero estos nudos pueden ser desatados por la Gracia, por un amor más grande; se pueden soltar por el perdón y el diálogo fraterno, llevando pacientemente los unos las cargas de los otros (cf. Gal 6,2) y fortaleciéndose mutuamente en los momentos de prueba y dificultad. Ahora quisiera dirigir una palabra especial a mis hermanos obispos.
Me agrada pensar en nuestro ministerio episcopal en términos de cercanía, es decir, nuestra necesidad de permanecer con Dios en la oración, junto a los fieles confiados a nuestro cuidado y a nuestros sacerdotes. Sean particularmente cercanos a sus sacerdotes. Que no los vean como administradores o directores, sino como a padres, preocupados por el bien de sus hijos, dispuestos a ofrecerles apoyo y ánimo con el corazón abierto. Acompáñenlos con su oración, con su tiempo, con su paciencia, valorando su trabajo e impulsando su crecimiento. De este modo serán para sus sacerdotes signo visible de Jesús, el Buen Pastor que conoce sus ovejas y da la vida por ellas (cf. Jn 10,14-15).
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Queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas, seminaristas que se preparan a su futuro ministerio: Todos ustedes han escuchado la voz del Señor en sus corazones, y como el joven Samuel han respondido: «Aquí estoy» (1 S 3,4). Que esta respuesta, que los invito a renovar cada día, lleve a cada uno de ustedes a compartir la Buena Noticia con entusiasmo y valentía, viviendo y caminando siempre a la luz de la Palabra de Dios, que tenemos el don y la tarea de anunciar.
Sabemos que nuestro servicio conlleva también una parte administrativa, pero esto no significa que debamos pasar todo nuestro tiempo en reuniones o detrás de un escritorio. Es importante que estemos en medio de nuestro rebaño y que ofrezcamos nuestra presencia y nuestro acompañamiento a los fieles de las ciudades y de los pueblos.
Pienso en los que corren el riesgo de quedarse atrás, en los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los pobres. Cuando servimos al prójimo con entrega, como lo hacen ustedes, con espíritu de compasión, humildad y amabilidad, con amor, estamos sirviendo realmente a Jesús, como Él mismo nos lo ha dicho (cf. Mt 25,40).
Y sirviendo a Jesús en los demás, descubrimos la verdadera alegría. No se alejen del santo pueblo de Dios, en el que nacieron. No se olviden de sus madres y de sus abuelas, que los han "amamantado" en la fe, como diría san Pablo (cf. 2 Tm 1,5).
Sean pastores, servidores del pueblo y no administradores públicos. Siempre con el pueblo de Dios, nunca separados como si fueran una clase privilegiada. No renieguen de esta "estirpe" noble que es el santo pueblo de Dios.
Quisiera volver ahora a nuestros hermanos y hermanas que murieron en el atentado terrorista en esta Catedral hace diez años y cuya beatificación está en proceso. Su muerte nos recuerda con fuerza que la incitación a la guerra, las actitudes de odio, la violencia y el derramamiento de sangre son incompatibles con las enseñanzas religiosas (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 285).