Lo que sabemos sobre los países de mayoría musulmana es, en principio, que la libertad religiosa sigue siendo una garantía que pende de un hilo, a menudo muy frágil.
Hay historias de tolerancia, pero también casos ordinarios de musulmanes que pierden sus derechos como ciudadanos cuando eligen convertirse a otra religión.
Está Asia Bibi, la cristiana pakistaní acusada a muerte por blasfemia y encarcelada durante diez años (hasta la absolución, pero solo por defectos de procedimiento) y están los países del Golfo Pérsico, donde entre las arenas del desierto surgen nuevas iglesias cristianas.
El volumen en italiano "Libertad religiosa en países islámicos. Perfiles comparativos" (La libertà religiosa nei Paesi islamici. Profili comparati) de Fabio Fede y Stefano Testa Bappenheim, de la Universidad de Camerino, realiza un análisis riguroso del que surgen no solo la universalidad y centralidad de la religión en la vida de las sociedades musulmanas, sino también algunas consecuencias legales sobre la libertad de los ciudadanos para elegir y profesar su fe.
Analizando la situación en naciones en cuyas Constituciones el islam es definido como religión de Estado u oficial en 25 de 56, el panorama es variado.
Por ejemplo, en el Líbano y Siria se prevé la libertad religiosa y culto ilimitado, pero en el caso sirio, el presidente de la República debe ser musulmán.