En efecto, en una situación religiosa de expectación del pueblo de Israel, llegada la plenitud de los tiempos, el Verbo de Dios, dueño de la vida y de la historia, ha asumido nuestra naturaleza humana. Y José, con su esposa María, acoge generosamente este misterio. La humanidad está siendo redimida por el misterio de la encarnación, y nuestro santo en referencia contribuye poniéndose al servicio del misterio de salvación de toda la humanidad.
La actitud de José es de plena disponibilidad al servicio del plan de Dios y en este sentido, también al servicio de cada ser humano. Aunque la Sagrada Escritura no dice mucho de él, su papel fue esencial en la realización de la promesa que Dios había hecho al Pueblo de la Antigua Alianza.
El Papa Francisco, en el n.4 de este documento, subraya: "José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta el don de la fortaleza que viene del Espíritu Santo".
Es propio de la presencia del Espíritu de Dios en las personas, el que se acoja la vida en su realidad más honda. San José nos enseña que la fe lleva a la aceptación valiente, responsable y creativa de la vida, en la que el Señor se manifiesta de diferente manera. Y la vida tiene momentos especiales, de alegría o de tristeza, de realización o de fracaso, de ilusión o frustración. La experiencia vital de San José es muy cercana a la del común de la humanidad: los planes personales, sus dificultades, aspiraciones, las frustraciones, la vida laboral, las angustias, las alegrías en la familia, la vida social, su actitud de creyente, las responsabilidades y tareas.
El Papa pone en relieve que las personas de María y de Jesús son acogidas por José, en su propia vida, como un don divino. No le fue fácil comprender los planes de Dios, que irrumpe en su vida para llamarle a la fe, a una nueva forma de ver el matrimonio y la paternidad. La fe de José lo lleva a reconocer a Dios actuando en su vida, y a ver cómo nace la nueva realidad en el seno de su hogar, poniéndose completamente al servicio del misterio de la salvación, aunque no acaba de entenderlo humanamente. Esta disponibilidad permite que sea Dios mismo que le enseña e ilumina su camino.
"No temas", es una de las frases más repetidas de las Sagradas Escrituras, y son las primeras palabras que escucha José junto a su nombre, como hijo de David (Mt 1,20). Su vida es el testimonio de que, superado el temor por la confianza, por la fe, el reino de Dios se hace presente en la historia. Nuestra vida puede encontrar una plenitud y sentido nuevos, en las actuales circunstancias, si seguimos el ejemplo de José, escuchando a Dios en las condiciones concretas de cada día, en la certeza de que Dios lo sabe todo y todo lo puede.
En estos tiempos de incertidumbre estamos llamados a reproducir la actitud de acogida de José hacia las personas en su fragilidad y precariedad, y hallar en ellas un gesto de Dios hacia nuestra propia realidad humana. El misterio del sufrimiento y del mal hallan en Cristo su sentido más profundo, en cuanto que la ternura de Dios ilumina el horizonte de la plenitud que se ha de consumar en la Parusía. Dios tiene siempre la última palabra.
San José nos enseña a vivir la realidad como un don de Dios, en su sencillez cotidiana, lejos de los "protagonismos históricos". En María y Jesús acoge las nuevas condiciones de su vida como un don y ellos son su plenitud. El Papa Francisco dice que san José "afrontó con los ojos abiertos" este cambio en su vida. Y nosotros estamos llamados a hacer lo mismo: acoger a los demás en su realidad vital, y todos las aspectos de la vida, puesto que reconocemos a Dios como el único Señor de la historia, el único que hace de la precariedad y fragilidad el ámbito para manifestar su amor y ternura. San José acoge porque confía.
Los santos testimonian la eficacia de su asistencia en los momentos de incertidumbre en la vida personal, en la vida de la Iglesia o de la humanidad entera, como ocurren en estos momentos. En una circunstancia semejante, San José Marello escribió la siguiente oración:
Oh San José,
nos tienes aquí todos para ti, y tú sé todo para nosotros.
Indícanos el camino, sosténnos a cada paso,
condúcenos adonde la Divina Providencia quiera que lleguemos.
Sea largo o corto el camino, fácil o difícil,
se vea o no se vea humanamente la meta;
aprisa o despacio;
nosotros, contigo,
estamos seguros de caminar siempre bien.
Amén.
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