La Iglesia también tiene una gran responsabilidad en la búsqueda de ese objetivo: "En este horizonte, también las Diócesis, las parroquias y las comunidades eclesiales están invitadas a una reflexión más atenta hacia el mundo de los ancianos".
La presencia de los ancianos en el ámbito familiar, continúa el documento, "es un gran recurso. Basta con pensar en el papel determinante que han tenido en la conservación y en la transmisión de la fe a los jóvenes en países bajo regímenes ateos y autoritarios. Y en todo lo que continúan haciendo tantos abuelos para transmitir la fe a los nietos".
"Jóvenes y ancianos, de hecho, encontrándose, pueden aportar al tejido social la nueva linfa del humanismo que haría más solidaria a la sociedad. Muchas veces el Papa Francisco ha exhortado a los jóvenes a permanecer al lado de los ancianos".
Asimismo, se resalta el lado espiritual de la vejez: "El hombre que envejece no se acerca al final, sino al misterio de la eternidad; para comprenderlo es necesario acercarse a Dios y vivir en una relación con Él. Cuidar de la espiritualidad de los ancianos, de sus necesidades de intimidad con Cristo y de compartir la fe es una obligación de caridad en la Iglesia".
De esa manera, "también es precioso el testimonio que los ancianos pueden dar a sus familias. Ese testimonio puede leerse como un magisterio, como una enseñanza de vida".
La vejez "es la edad propicia para el abandono a Dios. Mientras el cuerpo se debilita, la vitalidad psíquica, la memoria y la mente disminuyen, se hace cada vez más evidente la dependencia de la persona humana de Dios".
"Es cierto que hay quien puede sentir la vejez como una condena, pero también quien la puede sentir como una ocasión para reiniciar la relación con Dios. Una vez caídos los pilares humanos, la fe se convierte en la virtud fundamental, vivida no sólo como adhesión a la verdad revelada, sino como certeza del amor de Dios que no abandona".
Para los más jóvenes de la familia "la debilidad de los ancianos también es provocadora: invita a los más jóvenes a aceptar la dependencia de los demás como modo de afrontar la vida. Sólo una cultura inmadura emplea el término 'anciano' como un desprecio. Una sociedad que sabe acoger la debilidad de los ancianos es capaz de ofrecer a todos una esperanza para el futuro".
El documento finaliza insistiendo en que el conjunto de la sociedad debe cambiar su mentalidad respecto a la última etapa de la vida y acoger a los ancianos:
"El conjunto de la sociedad civil, la Iglesia y las diferentes tradiciones religiosas, el mundo de la cultura, de la escuela, del voluntariado, del espectáculo, de la economía y de las comunicaciones sociales deben sentir la responsabilidad de sugerir y apoyar nuevas y decisivas medidas para que sea posible que los ancianos puedan estar acompañados y asistidos en sus contextos familiares, en sus casas y, también, en los ambientes domiciliares que se parezcan más a un hogar que a un hospital".
Rueda de prensa de presentación
Por su parte, el presidente de la Pontificia Academia para la vida, Mons. Vincenzo Paglia, destacó en la presentación de este documento, que "lo que ha ocurrido durante el COVID-19 debe llevar a repensar a la sociedad la atención a los ancianos" por lo que los católicos están llamados a leer este texto y difundirlo en los distintos ámbitos de la sociedad.
Además, Mons. Paglia agradeció al Papa Francisco por la institución de la Jornada mundial de los abuelos y de los ancianos que será cada año el cuarto domingo de julio, en la cercanía de la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús.
Esta Jornada "es una invitación a los creyentes para que crezca en ellos, y alrededor de ellos, una nueva sensibilidad ante los abuelos y los ancianos" y recordó que en varias ocasiones, los Pontífices recientes han abordado este tema para llamar la atención hacia los ancianos. Como por ejemplo, la Carta a los ancianos de San Juan Pablo II publicada el 1 de octubre de 1999; las diferentes intervenciones del Papa emérito Benedicto XVI y las diversas ocasiones durante el Pontificado del Papa Francisco.
Asimismo, el secretario del Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral, Mons. Bruno-Marie Duffé, señaló que este documento es fruto de la colaboración entre ambos dicasterios.
Al referirse a los efectos provocados por el COVID-19, Mons. Duffé insistió en que "la crisis no es solo una crisis sanitaria" sino que "las soluciones sociales y sanitarias son la misma cuestión" y añadió que un tema muy importante es la solidaridad, es decir "el modo de tratar el sufrimiento, el modo de desarrollar una salud para todos".
En este sentido, el Prelado concluyó que "no es posible hacer una distinción definitiva" sino que más bien "las dimensiones sanitaria, económica, política y cultural están interconectadas" y los dos fundamentos del actual diálogo con los actores sociales son las encíclicas Laudato Si y Fratelli tutti.
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