Nació en el pueblo aragonés de Fuencalderas, Zaragoza (España). En 1941 fue ordenado sacerdote en la Diócesis de Huesca, un momento que calificó como "después de mi bautismo, considero que ha sido el día más grande de mi vida. Que el Señor se fije en uno para ser ministro de su Evangelio te confiere otra entidad. Es algo muy grande".
Fue nombrado Obispo de Barbastro en 1970. Cuatro años después fue nombrado Obispo de Teruel y en 1984 Obispo de Tenerife, cargo que desempeñó hasta 1991, cuando presentó su renuncia por edad.
Desde la Diócesis de Tenerife recuerdan que Mons. Iguacén escribió varios comentarios sobre advocaciones marianas, en donde hacía hincapié en la importancia que tiene para el cristiano afrontar la vida sin acritud y también en la necesidad de hacer silencio para encontrarse con uno mismo y con Dios.
"Un cristiano no puede estar de mal humor, encarando todo desde el mal genio y desde el pesimismo porque Jesús dice: 'Confiad hijos míos, yo he vencido al mundo.' Por lo tanto, si ese mundo enemigo del Señor, del bien, de la justicia, está vencido, es que no tiene futuro. Este convencimiento es el que nos debería reportar el buen humor. No significa, sin embargo, que las cosas no nos importen, sino que ningún suceso es definitivo", indicaba Iguacen.
En diversas entrevistas Mons. Iguacén aseguraba que era "un gran optimista". "Gracias a Dios lo soy. El creyente, necesariamente, tiene que ser optimista. Tiene que ver lo bueno que hay y lo malo que hay convertido en bueno porque el mal no es una fatalidad, lo podemos eliminar con el bien". "Que todo esto sea expresión de alegría interior. El Señor nos quiere contentos, alegres, no bullagueros, sino con la alegría del gozo de vivir bien con Dios y con todo el mundo. Por eso la alegría es un signo cristiano", precisaba.
Además destacan desde la Diócesis de Tenerife que "partió a la casa del Padre un pastor que ha dejado una honda huella tras su paso por estas canarias occidentales".