En su mensaje, el Pontífice saludó "de manera especial, a los hibakusha, supervivientes de la tragedia original".
Recordó que tuvo "el privilegio de poder ir en persona a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki durante mi Visita Apostólica en noviembre del año pasado, que me permitió reflexionar en el Monumento a la Paz de Hiroshima y en el Parque del Hipocentro de Nagasaki sobre la destrucción de la vida humana y la destrucción que se produjo en esas dos ciudades durante esos terribles días de la guerra hace tres cuartos de siglo".
Aseguró que "como peregrino de la paz", "sigo llevando en mi corazón el anhelo de los pueblos de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que tienen sed de paz y hacen sacrificios por la paz. Llevo también el grito de los pobres, que siempre están entre las primeras víctimas de la violencia y los conflictos".
Por último, pidió "que las voces proféticas de los sobrevivientes hibakusha de Hiroshima y Nagasaki continúen sirviéndonos de advertencia a nosotros y a las generaciones venideras".
La fuerza aérea estadounidense lanzó el 6 y el 9 de agosto de 1945 dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki para forzar la rendición de Japón y acelerar el fin de la Segunda Guerra Mundial tras la derrota de la Alemania nazi.