A medida que los prototipos de vacunas contra el coronavirus se acercan a las pruebas y la aprobación, algunos católicos debaten sobre las bases éticas que hay detrás de uno de estos proyectos.
El 27 de julio, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció que la vacuna mRNA-1273, codiseñada por la compañía de biotecnología Moderna y el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID), ha ingresado a la fase 3 de los ensayos clínicos, donde se probará la seguridad de la vacuna y confirmará si puede prevenir eficazmente el COVID-19.
Este proyecto es uno de los que están siendo financiados por el gobierno de Trump como parte de la "Operación Warp Speed", donde se ha proporcionado 1.95 mil millones de dólares a Pfizer para facilitar la entrega de 100 millones de dosis después de que se desarrolle una vacuna.
Si bien hay una demanda urgente, algunos defensores provida han planteado preguntas sobre el prototipo de Moderna y su desarrollo ético, específicamente, sobre la posibilidad que las pruebas se hayan realizado en celulas tomadas de un bebé abortado.
Con algunas vacunas comunes, como las que se usan para combatir la varicela y el sarampión, las paperas y la rubéola, las células de los bebés que fueron abortados hace décadas se utilizan para desarrollar enfermedades debilitadas que se inoculan en las personas.
Según los informes, este también es el caso con algunas vacunas en desarrollo para el coronavirus, como una trabajada por la Universidad de Oxford y Astrazeneca, que se basa en las líneas celulares HEK-239 de un bebé abortado en los Países Bajos en la década de 1970.