Todos nosotros estamos llamados, no sólo a prestar atención a la voz de los pobres en nuestro entorno: los marginados, los oprimidos, los pueblos indígenas y las minorías religiosas, sino también a no tener miedo de generar instancias, como ya tímidamente se vienen desarrollando, donde poder unirnos y trabajar mancomunadamente. A su vez, se nos pide abrazar el imperativo de defender la dignidad humana y respetar los derechos de conciencia y libertad religiosa, y crear espacios donde ofrecer un poco de aire fresco en la certeza de que «no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan» (Carta enc. Laudato si', 205).
Aquí en Tailandia, país de gran belleza natural, quisiera subrayar una nota distintiva que considero crucial, y en cierta medida parte de las riquezas a "exportar" y compartir con otras regiones de nuestra familia humana. Ustedes valoran y cuidan a sus ancianos, los respetan y les dan un lugar reverencial, que les garantizan a ustedes las raíces necesarias, para que vuestro pueblo no se marchite detrás de determinados slogans que terminan por vaciar e hipotecar el alma de las nuevas generaciones. Junto a la tendencia creciente de desacreditar los valores y las culturas locales, por imposición de un modelo único, también «vemos una tendencia a "homogeneizar" a los jóvenes, a disolver las diferencias propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres manipulables hechos en serie. Así se produce una destrucción cultural, que es tan grave como la desaparición de especies» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 186). Continúen haciéndoles descubrir a los más jóvenes el bagaje cultural de la sociedad en la que viven. Ayudar a los jóvenes a descubrir la riqueza viva del pasado, a encontrarse con sus raíces haciendo memoria, es un verdadero acto de amor hacia ellos, en vista de su crecimiento y de las decisiones que deberán tomar (cf. ibíd., 187).
Toda esta perspectiva implica necesariamente el papel de instituciones educativas como esta Universidad. La investigación, el conocimiento, ayudan a abrir nuevos caminos para reducir la desigualdad entre las personas, fortalecer la justicia social, defender la dignidad humana, buscar las formas de resolución pacífica de conflictos y preservar los recursos que dan vida a nuestra tierra. Mi agradecimiento se dirige, de modo particular, a los educadores y académicos de este país que trabajan para proporcionar a las generaciones presentes y futuras las habilidades y, sobre todo, la sabiduría de raíz ancestral, que les permitirá participar en la promoción del bien común de la sociedad.
Queridos hermanos: Todos somos miembros de la familia humana y cada uno, desde el lugar que ocupa, está invitado a ser actor y gestor directo en la construcción de una cultura basada en valores compartidos, que conduzcan a la unidad, al respeto mutuo y a la convivencia armoniosa.