Le agradezco sus amables palabras de bienvenida. Al comienzo de mi visita a esta nación, me alegra visitar este Templo Real, símbolo de los valores y las enseñanzas que caracterizan a este amado pueblo.
En las fuentes del budismo la mayoría de los tailandeses han nutrido y permeado su manera de reverenciar la vida y a sus ancianos, de llevar adelante un estilo de vida sobrio basado en la contemplación, el desapego, el trabajo duro y la disciplina (cf. S. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 6); características que nutren ese distintivo tan especial vuestro: ser considerados como el pueblo de la sonrisa.
Nuestro encuentro se inscribe dentro de ese camino de valoración y reconocimiento mutuo comenzado por nuestros predecesores. Sobre sus huellas quisiera inscribir esta visita, para acrecentar no sólo el respeto sino la amistad entre nuestras comunidades.
Han pasado casi cincuenta años desde que el decimoséptimo Patriarca Supremo, Somdej Phra Wanarat (Pun Punnasiri), junto con un grupo de importantes monjes budistas, visitó al Papa Pablo VI en el Vaticano, lo cual representó un hito muy importante en el desarrollo del diálogo entre nuestras dos tradiciones religiosas; diálogo cultivado que permitió realizar, posteriormente, al Papa Juan Pablo II una visita en este Templo al Patriarca Supremo, Su Santidad Somdej Phra Ariyavongsagatanana (Vasana Vasano).
Personalmente tuve el honor de recibir recientemente a una delegación de monjes del templo de Wat Pho, con su obsequio de una traducción de un antiguo manuscrito budista escrito en lengua pali, conservado ahora en la Biblioteca Vaticana. Pequeños pasos que ayudan a testimoniar no sólo en nuestras comunidades sino en nuestro mundo, tan impulsado a generar y propagar divisiones y exclusiones, que la cultura del encuentro es posible.
Cuando tenemos la oportunidad de reconocernos y valorarnos, incluso desde nuestras diferencias (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 250), ofrecemos al mundo una palabra de esperanza capaz de animar y sostener a los que resultan siempre más perjudicados por la división. Posibilidades como estas nos recuerdan lo importante que es el que las religiones se manifiesten cada vez más como faros de esperanza, en cuanto promotoras y garantes de fraternidad.