Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que san Pablo, después de ese encuentro transformador con Jesús, es acogido por la Iglesia de Jerusalén gracias a la mediación de Bernabé y comienza a anunciar a Cristo. Pero, debido a la hostilidad de algunos, se ve obligado a trasladarse a Tarso, su ciudad natal, donde Bernabé se une a él para involucrarlo en el largo viaje de la Palabra de Dios.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, que estamos comentando en estas catequesis, puede decirse que es el libro del largo camino de la Palabra de Dios: la Palabra de Dios debe ser anunciada, y anunciada en todas partes. Este viaje comienza después de una fuerte persecución (cf. Hch 11,19); pero esta, en vez de ser un compás de espera para la evangelización, se convierte en una oportunidad para ampliar el campo donde sembrar la buena semilla de la Palabra. Los cristianos no se asustan. Deben huir, pero huyen con la Palabra, y la difunden por todas partes.
Pablo y Bernabé llegaron primero a Antioquía de Siria, donde se quedan un año entero para enseñar y ayudar a la comunidad a echar raíces (Hechos 11:26). Anunciaban a la comunidad judía, a los judíos. Antioquía se convierte así en el centro de propulsión misionera, gracias a la predicación con la que los dos evangelizadores -Pablo y Bernabé- llegan los corazones de los creyentes, que aquí, en Antioquía, son llamados por primera vez "cristianos" (cf. Hch 11, 26). El libro de los Hechos revela la naturaleza de la Iglesia, que no es una fortaleza, sino una tienda capaz de ampliar su espacio (cf. Is 54,2) y de dar cabida a todos.
La Iglesia o es "en salida" o no es Iglesia, o está en camino, ampliando siempre su espacio para que todos puedan entrar, o no es Iglesia. "Una Iglesia con las puertas abiertas" (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 46), siempre con las puertas abiertas. Cuando veo una iglesita aquí, en esta ciudad, o cuando la veía en la otra diócesis de dónde vengo, con las puertas cerradas, creo que es una mala señal. Las iglesias siempre deben tener las puertas abiertas porque son el símbolo de lo que es una iglesia: siempre abierta. La Iglesia está "llamada a ser siempre la casa abierta del Padre". De ese modo si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas" (ibid., 47).
¿Pero esta novedad de las puertas abiertas a quién? A los paganos, porque los apóstoles predicaban a los judíos, pero también los paganos venían a llamar a la puerta de la Iglesia; y esta novedad de las puertas abiertas a los paganos desencadena una controversia muy animada. Algunos judíos afirman la necesidad de hacerse judíos mediante la circuncisión para salvarse y luego recibir el bautismo. Dicen: "Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica no podéis salvaros" (Hch 15,1), es decir, no podréis recibir el bautismo más tarde. Primero el rito judío y luego el bautismo: esta era su postura. Y para resolver la cuestión, Pablo y Bernabé consultan al consejo de los Apóstoles y de los ancianos en Jerusalén, y tiene lugar lo que se considera el primer concilio en la historia de la Iglesia, el concilio o asamblea de Jerusalén, al que Pablo se refiere en la Carta a los Gálatas (2,1-10).