Los setenta y dos eran conscientes de que el éxito de la misión dependió de hacerla "en nombre del Señor Jesús". Eso los maravillaba. No fue por sus virtudes, nombres o títulos, no llevaban boletas de propaganda con sus rostros; no era su fama o proyecto lo que cautivaba y salvaba a la gente. La alegría de los discípulos nacía de la certeza de hacer las cosas en nombre del Señor, de vivir su proyecto, de compartir su vida; y esta les había enamorado tanto que les llevó también a compartirla con los demás.
Y resulta interesante constatar que Jesús resume la actuación de sus discípulos hablando de la victoria sobre el poder de Satanás, un poder que desde nosotros solos jamás podremos vencer, pero sí podremos en el nombre de Jesús. Cada uno de nosotros puede dar testimonio de esas batallas, y también de algunas derrotas.
Cuando ustedes mencionan la infinidad de campos donde realizan su acción evangelizadora, están librando esa lucha en nombre de Jesús. En su nombre, ustedes vencen el mal, cuando enseñan a alabar al Padre de los cielos y cuando enseñan con sencillez el Evangelio y el catecismo. Cuando visitan y asistan a un enfermo o brindan el consuelo de la reconciliación. En su nombre, ustedes vencen al dar de comer a un niño, al salvar una madre de la desesperación de estar sola para todo, al procurarle un trabajo a un padre de familia.
Es un combate, un combate ganador el que se lucha contra la ignorancia brindando educación; también es llevar la presencia de Dios cuando alguien ayuda a que se respete, en su orden y perfección propios, todas las criaturas evitando su uso o explotación; y también los signos de su victoria cuando plantan un árbol, o hacen llegar el agua potable a una familia. ¡Qué signo del mal derrotado es cuando ustedes se dedican a que miles de personas recuperen la salud! ¡Continúen dando estas batallas, pero siempre en la oración y en la alabanza, en la alabanza de Dios!
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La lucha también la vivimos en nosotros mismos. Dios desbarata la influencia del mal espíritu, ese que tantas veces nos transmite 'una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión y que puede llevarnos a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida. A veces sucede que la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión por la Evangelización' (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 78).
Así, más que hombres y mujeres de alabanza, podemos transformarnos en "profesionales de los sagrado". Derrotemos al mal espíritu en su propio terreno; allí donde nos invite a aferrarnos a seguridades económicas, espacios de poder y de gloria humana, respondamos con la disponibilidad y la pobreza evangélica que nos lleva a dar la vida por la misión (cf. ibíd., 76). ¡No nos dejemos robar la alegría misionera!
Queridos hermanos y hermanas: Jesús alaba al Padre porque ha revelado estas cosas a los "pequeños". Somos pequeños porque nuestra alegría, nuestra dicha, es precisamente esta revelación que Él nos ha dicho; el sencillo "ve y escucha" lo que ni sabios, ni profetas, ni reyes pueden ver y escuchar: la presencia de Dios en en los pacientes y afligidos, en los que tienen hambre y sed de justicia, en los misericordiosos (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23).
Dichosos ustedes, dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres, porque vive impregnada del perfume de su Señor, vive alegre anunciando la Buena Noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que son los favoritos de Dios.
Transmitidles a sus comunidades mi cariño y cercanía, mi oración y bendición. En esta bendición que les daré en nombre del Señor los invito a que piensen en sus comunidades, en sus lugares de misión, para que el Señor siga diciendo bien a todas esas personas, allí donde se encuentren. Que ustedes puedan seguir siendo signo de su presencia viva en medio nuestro.
Y por favor, no se olviden de rezar y hacer rezar por mí. Gracias.