Hace un tiempo manifestaba a los obispos italianos la atención que nuestros sacerdotes puedan encontrar en sus obispos la figura del hermano mayor y padre que los aliente y sostenga en el camino (cf. Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana, 20 mayo 2019). Es la paternidad espiritual que impulsa al obispo a no dejar huérfanos a sus presbíteros, y que se puede "palpar" no sólo en la capacidad que tengamos de abrir las puertas a todos los sacerdotes, sino también en nuestra capacidad de ir a buscarlos para acompañarlos cuando estén pasando por un momento de dificultad.
En las alegrías y las dificultades inherentes al ministerio, los sacerdotes deben encontrar en ustedes padres siempre disponibles que saben cómo alentar y apoyar, que saben apreciar los esfuerzos y acompañar los pasos posibles. El Concilio Vaticano II hizo una observación especial sobre este punto: «[Los obispos] han de acoger siempre con amor especial a sus sacerdotes. Estos, en efecto, participan de sus funciones y tareas y las realizan con afán en el trabajo de cada día. Por tanto, los obispos, considerándolos sus hijos y sus amigos, dispuestos a escucharlos y a tratarlos con confianza, han de dedicarse a impulsar la pastoral conjunta de toda la diócesis» (Decr. Christus Dominus, 16).
El cuidado de la tierra implica también la paciente espera de los procesos. El pastor sabe esperar los procesos; y a la hora de la cosecha el agricultor también sopesa la calidad de los trabajadores. Esto les impone como pastores un deber urgente, estoy hablando de la calidad de los trabajadores, de acompañamiento y discernimiento, especialmente con respecto a las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio, y que es fundamental para asegurar la autenticidad de estas vocaciones. En esto les recomiendo estar atentos.
No se dejen engañar por la necesidad de los números. Como tenemos necesidad de sacerdotes, tomo sin necesidad de discernimiento. Cero que por su parte no es muy común porque tienen vocaciones y esa libertad de acudir al discernimiento. Pero en algunos países de Europa es lamentable. La falta de vocaciones empuja al Obispo a tomar de allí, de allí, de allí…, sin ver la vida cómo era, y toman descartados de otros seminarios, descartados de la vida religiosa, que han sido descartados por inmorales, o por otras deficiencias. Por favor, estén atentos. No hagan entrar el lobo en el rebaño.
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La mies es abundante, y el Señor -que no quiere más que auténticos obreros- no se deja encasillar en los modos de llamar, de incitar a la respuesta generosa de la propia vida. La formación de candidatos para el sacerdocio y la vida consagrada está precisamente destinada a asegurar una maduración y purificación de las intenciones. Sobre esta cuestión, y en el espíritu de la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, me gustaría enfatizar que la llamada fundamental sin la cual las otras no tienen razón de ser, es la llamada a la santidad y que esta «santidad es la cara más bella de la Iglesia» (n. 9). Aprecio vuestros esfuerzos para asegurar la formación de auténticos y santos obreros en la abundante mies en el campo del Señor.
Querría subrayar una actitud que a mí no me gusta porque no viene de Dios: la rigidez. Hoy está de moda, no sólo aquí, sino también en otras partes, encontrar rígidos. Sacerdotes jóvenes rígidos, que quieren salvar con rigidez, quizás, no sólo…, pero que adoptan una actitud de rigidez y, en ocasiones, de museo. Estén atentos. Y sepan que bajo toda rigidez hay graves problemas.
Ese esfuerzo también tiene que abarcar el amplio mundo laical; también los laicos son enviados a la mies, son convocados a tomar parte en la pesca, a arriesgar sus redes y su tiempo en «su múltiple apostolado tanto en la Iglesia como en el mundo» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 9). Con toda su extensión, problemática y transformación, el mundo constituye el ámbito específico de apostolado donde están llamados a comprometerse con generosidad y responsabilidad, llevando el fermento del Evangelio. Por eso deseo dar la bienvenida a todas las iniciativas que en cuanto pastores tomen para la formación de los laicos y no dejarlos solos en la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, para contribuir a una transformación de la sociedad y la Iglesia en Madagascar.
Les recomiendo, por favor, no clericalicen a los laicos. Los laicos son laicos. Yo escuché en la anterior diócesis propuestas como esta: "Señor Obispo, yo tengo en la parroquia un laico maravilloso. Trabaja, organiza, todo… ¡Lo hacemos diácono!". No. Déjalo ahí. No le arruines la vida. Déjalo de laico. Hablando de diáconos. Los diáconos muchas veces sufren la tentación del clericalismo. De volverse presbíteros u Obispos ausentes. Y no. El diácono es el custodio del servicio en la Iglesia. Por favor, alejad a los laicos del altar. Que hagan el trabajo fuera, en el servicio. Si deben ir en misión a bautizar, que bauticen, está bien. Pero en el servicio, que no hagan de sacerdotes ausentes.
Queridos hermanos: Toda esta responsabilidad en el campo de Dios nos debe desafiar a tener el corazón y la mente abierta, a evitar el miedo que encierra y a vencer la tendencia a aislarnos: el diálogo fraterno entre vosotros es importante, así como el compartir los dones y la colaboración entre las Iglesias particulares del Océano Índico, sea un camino esperanzador. Diálogo, colaboración… La similitud de desafíos pastorales, como la protección del medio ambiente en un espíritu cristiano o el problema de la inmigración, exigen reflexiones comunes y una sinergia de acciones a gran escala para un planteamiento eficaz.
Finalmente, a través de vosotros me gustaría saludar de modo especial a los sacerdotes, religiosos y religiosos que están enfermos o muy afectados por la vejez, les dejo una pregunta a cada uno de ustedes: "¿Voy a visitarlos?" Les ruego que les muestren no sólo mi afecto y la seguridad de mis oraciones, sino también que los cuiden con ternura, sosteniéndolos en esa hermosa misión de la intercesión.