Además, hemos aprendido que no se puede hablar de desarrollo integral sin prestarle atención y cuidado a nuestra casa común. No se trata solamente de encontrar los medios para preservar los recursos naturales sino de «buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales, porque no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental» (Carta enc. Laudato si', 139).
Vuestra hermosa isla de Madagascar es rica en biodiversidad vegetal y animal, y semejante riqueza se encuentra particularmente en peligro por la deforestación excesiva en beneficio de unos pocos; su degradación compromete el futuro del país y el de nuestra casa común. Como ustedes saben, las últimas selvas están amenazadas por los incendios forestales, la caza furtiva, la tala desenfrenada de árboles de maderas preciosas.
La biodiversidad vegetal y animal, está en peligro por el contrabando y las exportaciones ilegales. Es cierto también que, para las poblaciones afectadas, muchas de estas actividades que dañan el medioambiente son las que provisoriamente aseguran su supervivencia.
Es importante entonces crear empleos y actividades generadoras de ingresos, que preserven el medio ambiente y ayuden a las personas a salir de la pobreza. En otras palabras, no puede haber un planteamiento ecológico real y un trabajo concreto de salvaguardar el medio ambiente sin la integración de una justicia social que otorgue el derecho al destino común de los bienes de la tierra para las generaciones actuales, así como las futuras.
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En este camino todos debemos comprometernos, también la comunidad internacional. Muchos de sus miembros están presentes hoy aquí. Hay que reconocer la ayuda que estas organizaciones internacionales han brindado para el desarrollo del país y que hace visible la apertura de Madagascar al mundo.
El riesgo será que esa apertura se transforme en una supuesta "cultura universal" que menosprecie, menoscabe y suprima el patrimonio cultural de cada pueblo. La globalización económica, cuyos límites son cada vez más obvios, no debería generar una homogeneización cultural.
Si tomamos parte de un proceso donde respetemos las prioridades y formas de vida autóctonas y donde se cumplan las expectativas de los ciudadanos, lograremos que la ayuda proporcionada por la comunidad internacional no sea la única garantía del desarrollo del país; será el propio pueblo quién se hará cargo gradualmente de sí mismo, convirtiéndose en artesano de su destino.
Por eso debemos prestar especial atención y respeto a la sociedad civil local. Al apoyar sus iniciativas y sus acciones, se escuchará más la voz de los que no tienen voz así como las diversas armonías, incluso contradictorias, de una comunidad nacional que siempre busca su unidad. Los invito a soñar en este camino donde nadie quede al margen, o vaya solo o se pierda.
Como Iglesia queremos imitar la actitud de diálogo de vuestra conciudadana, la beata Victoria Rasoamanarivo, que Juan Pablo II beatificó durante su visita, treinta años atrás. Su testimonio de amor a su tierra y tradiciones, el servicio a los más pobres como signo de su fe en Jesucristo, nos muestra el camino que también estamos llamados a recorrer.
Señor Presidente, señoras y señores: Deseo reiterar la voluntad y disponibilidad de la Iglesia católica en Madagascar para contribuir, en un diálogo permanente con los cristianos de otras confesiones, con los miembros de las diferentes religiones y con todos los protagonistas de la sociedad civil, al advenimiento de una verdadera fraternidad que siempre valore el fihavanana, promoviendo el pleno desarrollo humano para que nadie quede excluido.