El empeño gratuito y voluntario de tantas personas de diversas profesiones -dermatología, medicina interna, neurología y radiología, entre otras; más de cinco mil médicos, enfermeros, biólogos coordinadores y técnicos- que, durante años, a través de la telemedicina, han prestado su valiosa tarea para formar operadores locales, tiene en sí mismo un enorme valor humano y evangélico.
Al mismo tiempo, es asombroso constatar cómo esta escucha de los más frágiles, de los pobres, los enfermos, nos pone en contacto con otra parte del mundo frágil: pienso en «los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que "gime y sufre dolores de parto" (Rm 8,22)» (Carta enc. Laudato si', 2). Como en esas esculturas del arte makonde -las llamadas ujamaa ("familia extendida", en suahili, o "árbol de la vida") con varias figuras enlazadas entre sí donde prevalece la unión y la solidaridad sobre el individuo-, tenemos que darnos cuenta que somos todos parte de un mismo tronco.
Ustedes han sabido percibirlo, y esa escucha los ha llevado a buscar modos sustentables en la procura de energía, también de acopio y reserva de agua; sus opciones de bajo impacto ambiental son un modelo virtuoso, un ejemplo a seguir ante la urgencia del deterioro del planeta.
El texto del Buen Samaritano concluye dejando al sufriente en la "posada", entregándole algo de la paga y prometiéndole el resto a su vuelta. Mujeres como Cacilda, y como esos aproximadamente 100.000 niños que pueden escribir una nueva página de la historia libres de HIV/SIDA, así como de tantos otros anónimos que hoy sonríen porque fueron curados con dignidad en su dignidad, son parte de la paga que el Señor les ha dejado: regalos de presencias que, saliendo de la pesadilla de la enfermedad, sin ocultar su condición, transmiten la esperanza a muchas personas, contagian ese "yo sueño" a tantos que necesitan que los recojan del borde camino.
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La otra parte la retribuirá el Señor "cuando Él vuelva", y eso les tiene que llenar de alegría: cuando nosotros nos vayamos, cuando vuelvan a la tarea cotidiana, cuando nadie les aplauda ni los considere, sigan recibiendo a los que llegan, salgan a buscarlos heridos y derrotados en las periferias. No olvidemos que sus nombres, escritos en el cielo, tienen al lado una inscripción: estos son los benditos de mi Padre. Renueven los esfuerzos y permitan que aquí se siga "pariendo" la esperanza.
Dios los bendiga, queridos enfermos y familiares, y a cuantos los asisten con mucho cariño y los animan a continuar.
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