14 de diciembre de 2024 Donar
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Entrevista al P. José Granados, vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II

P. José Granados, Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II

En una entrevista concedida el Grupo ACI, el P. José Granados, vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II expresó su preocupación por las consecuencias que tendrán en el futuro de esta institución los estatutos recién establecidos, la reducción de la enseñanza de la teología moral y el retiro de profesores de reconocida calidad académica y fidelidad a la doctrina católica como son Mons. Livio Melina y el P. José Noriega.

A continuación la entrevista completa concedida por el P. José Granados:

El Papa Francisco ya había anunciado a través del Motu Proprio Summa Familiae Cura de Setiembre del 2017 que el Instituto debía refundarse y ampliar su horizonte académico ¿Por qué la sorpresa ante los actuales cambios?

Desde la aprobación del motu propio hemos estado trabajando por una renovación en la continuidad, como indicaba el Santo Padre Francisco. El deseo del Papa ha sido acoger el Instituto, ampliarlo, promoverlo, como nos dijo desde el principio Mons. Sequeri. Pero en el último momento ha aparecido algo que no tenía que ver con el trabajo común realizado, por sorpresa y en pleno verano, con el singular dolor añadido de que algunos colegas, de una gran importancia en la historia del Instituto, eran despedidos sin justificación. Nos ha dejado estupefactos.

Esto se ha unido a la sorpresa por los estatutos. A quien compara los estatutos antiguos y los nuevos se le hacen claras al menos dos cosas: la primera, disminuye la presencia del consejo de profesores (los profesores estables tienen ahora solo dos representantes, mientras antes participaban todos, desde sus diferentes cátedras). Esto se aplica a toda la vida académica del Instituto: disminuye la aportación colegial de los profesores estables para aprobar las tesis doctorales o el plan de estudios. 

La segunda: el nombramiento de nuevos profesores, decisivo para una comunidad académica, queda ahora bajo el influjo directo del Gran Canciller. Si se examina con cuidado el procedimiento se verá que es casi imposible que el claustro de profesores pueda oponerse a un candidato que el Gran Canciller promueva. Antes se requería que el consejo, donde estaban todos los profesores estables, diese su consenso al candidato, lo que se hacía después de un examen de las publicaciones del candidato por tres profesores externos al Instituto. El Gran Canciller se limitaba a aprobar la persona que le presentase el presidente tras obtener el consenso del consejo.

Sobre todo suscita asombro la pérdida de colegialidad, porque en un instituto interdisciplinar, que se caracteriza por estudiar el mismo objeto (matrimonio y familia) desde los distintos puntos de vista de cada materia, se necesita la aportación de todos los profesores en las diferentes cátedras, sea para examinar el plan de estudios, sea para aprobar las tesis doctorales, sea para la elección de los nuevos miembros del claustro. Y esto debería estar reconocido como un derecho en los mismos estatutos, por ser un punto vital de la institución.

Además, en los nuevos estatutos hay un cambio decisivo: la reducción drástica de la teología moral. En el comunicado oficial del Instituto emitido el 29 de Julio se dice que la teología moral encuentra una colocación nueva y se señala que hay dos cátedras de moral, la moral del amor y del matrimonio, por un lado, y la ética de la vida, por otro. Lo que no se dice es que, según los antiguos estatutos, había ya dos cátedras que cubrían estas materias (una cátedra de moral especial, para sexualidad y matrimonio, y una de bioética). Tampoco se dice que en el plan de estudios la moral del matrimonio (equivalente a la moral especial) tiene ahora solo 3 créditos, la mitad que la mayoría de las demás cátedras. La moral, por tanto, se ha reducido a la mitad y no solo eso: se han echado a los profesores que la enseñaban: Melina, Noriega y, para la bioética, Maria Luisa di Pietro.  

Especialmente preocupante es la supresión de la cátedra de moral fundamental, la que ocupaba Mons. Melina. Es una cátedra activa desde hace 38 años, en la que enseñó el Cardenal Caffarra, y podríamos decir que es esencial para la labor del Instituto, si tenemos en cuenta que Wojtyla era moralista y que se la confió al primer presidente del Instituto.  

Se trata de una cátedra decisiva. Si no se conocen los fundamentos de la moral, si estos no se colocan bien, la moral matrimonial queda en el aire. Según uno se sitúe ante Veritatis Splendor, así se situará ante las cuestiones de moral especial, como la moralidad de la contracepción o de los actos sexuales fuera del matrimonio. Así se situará también ante la grandeza de la vocación a la que Dios llama el hombre y ante la dignidad de la misericordia con que lo regenera en Cristo para que pueda obrar el bien y alcanzar una vida grande y bella. Piénsese que el entonces Cardenal Ratzinger alabó el papel clave del Instituto en el desarrollo de esta disciplina de moral fundamental. Hasta tal punto, que en los estatutos aprobados en 2011 se menciona la moral fundamental entre los fines primordiales del Instituto, algo que ahora se elimina. En efecto, en el artículo 2 de los estatutos de 2011, donde se habla de los fines del Instituto se incluye: "Investigación teológica en el ámbito de los fundamentos de la vida moral cristiana".

¿Por qué se elimina la cátedra? La razón que da el comunicado de prensa del Instituto es inconsistente. Se dice que es una asignatura de primer ciclo de teología, que los estudiantes tienen que tener ya sabida. Ahora bien, entre las cátedras hay al menos otras dos (antropología teológica, teología fundamental) que están en el mismo caso, y que no parecen crear problemas. Además, es sabido que una cátedra de carácter general, cuando se da al nivel superior de la licencia, no se limita a repetir lo aprendido en el ciclo institucional. Se trata de profundizar en distintos aspectos, como podrá ver quien eche una ojeada a los cursos ofrecidos por Melina en los últimos años. Melina ha profundizado en aspectos concretos de la moral fundamental para iluminar desde allí la moral conyugal y familiar. ¿Y por qué este argumento no ha sido objeción en los 38 años de vida de la cátedra? La razón que se da solo puede explicarse, pues, como una cortina de humo. ¿La razón verdadera y triste? ¿No será que Melina, como titular de la cátedra, ha permanecido fiel a Humanae Vitae y a Veritatis Splendor, y se elimina la cátedra para poder eliminar a Melina?

Y hay otra pregunta: ¿Qué sucederá con el Área de investigación en teología moral fundamental, una vez que falta la cátedra? Es un área instituida por el Cardenal Scola, fue presidida primero por Melina y luego por el profesor Pérez Soba, y ha organizado ya casi veinte coloquios internacionales, con numerosas publicaciones de prestigio, invitando entre otros teólogos a Ratzinger, además de a los moralistas más famosos de los últimos años y de muy variadas tendencias teológicas. 

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¿En qué medida fue consultado el cuerpo docente del Instituto en el desarrollo de los estatutos, los nuevos profesores y la nueva currícula?

Por desgracia los estatutos no se pueden considerar fruto de un trabajo común con el resto de los consejos del Instituto. Me siento obligado a decirlo, porque se han dado otras informaciones: como vicepresidente de la sede de Roma durante este tiempo de transición, quiero negar cualquier responsabilidad con respecto a los nuevos estatutos, que conocí el mismo día de su publicación. Veo, no solo en los estatutos, sino sobre todo en los cambios de profesorado (y especialmente en los despidos) un peligro para mantener la herencia de san Juan Pablo II.

Se ha prestado mucha atención al despido de los profesores Melina y Noriega, pero el comunicado oficial del instituto afirma que la decisión de no contratarlos en meramente procesal ¿Que opina al respecto?

Con respecto a la razón que se ha dado a Melina (es decir, que no hay sitio para él, pues se ha eliminado su cátedra) ya he mencionado la gravedad de suprimir esa cátedra, tras 38 años de existencia. ¿Por qué se quita la moral fundamental diciendo que es de primer ciclo, y no se quita la antropología teológica, también de primer ciclo? ¿Y por qué se añade una cátedra de teología fundamental de la fe, también de primer ciclo? Hasta que no se responda a estas preguntas (pero son preguntas que no tienen respuesta), solo queda una explicación. No es que Melina no esté, porque no hay cátedra; sino que no hay cátedra para que Melina no esté. Se ha eliminado la moral fundamental para liberarse de un profesor de fama reconocida, sin juicio ni derecho a defensa.

Con respecto a Noriega, se da como razón una incompatibilidad entre el cargo de profesor y su cargo de Superior General de la congregación religiosa de los discípulos de los Corazones de Jesús y María. Ahora bien el CIC 152 prohíbe solo que se asuman dos cargos incompatibles, y lo mismo recoge Veritatis Gaudium 29. ¿Son incompatibles en este caso, cuando la comunidad religiosa del P. Noriega cuenta solo con 24 miembros de pleno derecho? La respuesta requiere un juicio prudencial. Y las dos personas a las que correspondía hacerlo, es decir, los dos Presidentes anteriores del Instituto, Melina y Sequeri, no han juzgado incompatibles los dos cargos, pues han permitido al profesor Noriega enseñar durante 12 años, siendo pública y notoria su condición de superior. Además, el hecho de que no eran incompatibles se muestra claramente porque ambos presidentes han confiado a Noriega un encargo más, el de director editorial, que se sumaba a sus funciones de profesor. Es decir, no solo ha podido desempeñar su cargo de docente, sino que lo ha hecho asumiendo un trabajo añadido. Por último, el profesor Noriega termina su cargo como superior general dentro de cinco meses, algo que Mons. Paglia y Mons. Sequeri ya conocen. Si el problema es la incompatibilidad, y se aprecia su labor, ¿por qué no le conceden ahora algo previsto en el reglamento de la curia, una excedencia por seis meses, y así se elimina el problema? Si no se hace así, ¿qué otra explicación queda, sino que se trata de una excusa para poder liberar la cátedra de moral del amor y del matrimonio y desembarazarse del encargado de publicaciones. ¿Es acaso por la línea favorable a Humanae Vitae y a Veritatis Splendor que ha seguido?   

Los dos casos son gravísimos en una institución académica. ¿Acaso había problemas doctrinales en la enseñanza de estos profesores? Como podrán testimoniar los estudiantes y mostraría un análisis de sus escritos, han sido siempre exquisitos en su respeto al Magisterio, incluido por supuesto el del Papa Francisco. Explicar el magisterio del Papa en continuidad con los Papas anteriores no es solo algo esencial a toda hermenéutica católica, sino algo que promueve el mismo Papa. Y en todo caso, si uno pensara, a pesar de todo, que había en sus enseñanzas problemas doctrinales, ¿por qué no se les juzga y se les da posibilidad de defenderse? 

La cuestión, decía, es grave. Pues si este atropello se permite, queda amenazada la libertad de cátedra de todos los profesores. Aquí se nos toca a todos, pues se nos podría expulsar, no porque neguemos la doctrina de la fe, lo cual sería justo, sino por seguir líneas teológicas que no gustan a las autoridades de la universidad. Desde este punto de vista todos los que tenemos cátedra universitaria podemos decir: yo soy Melina y Noriega. A todos nos debería alarmar este ejercicio arbitrario del poder sobre lo propio de la labor universitaria: la discusión argumentativa en una búsqueda común de la verdad. ¿Y qué se pensará de este modo de proceder en el ámbito universitario europeo?

¿Hay cambios en el cuerpo docente que le preocupen?

Aparte de la eliminación de Noriega y Melina, preocupa que se hayan quitado los cursos a casi todos los profesores polacos (Kupkcak, Kwiatkowski, Grygiel). Enseñaban cursos como expertos en K.Wojtyla / Juan Pablo II, que trataban precisamente de sus escritos, su espiritualidad familiar, su filosofía. ¿Qué cursos se ofrecerán ahora para profundizar en la herencia de san Juan Pablo II? Y, además, al no pedir a la profesora Maria Luisa di Pietro sus varios cursos, desaparece la principal representante de la aportación del cardenal Sgreccia, el cual fue profesor en el Instituto, muy apreciado por Juan Pablo II, y gran pionero de la bioética. Por último, si consulta el plan de estudios, verá que también la Antropología filosófica del amor humano, tan importante para Wojtyla, aunque existe bajo una cátedra (la que correspondería al profesor Kampowski), ostenta solo la mitad de créditos que las asignaturas de las otras cátedras.

Circulan luego rumores de que vendrá a enseñar el profesor Maurizio Chiodi, quien se abre a la licitud de la contracepción y acepta como "bien posible" en algunas situaciones los actos homosexuales. Si se promoviera a nuevos profesores estables en la misma línea (sin seguir los procedimientos normales, alegando una "urgencia" para la que no se dan motivos") se crearía una tensión grande dentro del Instituto. Con los poderes que ahora tiene el Gran canciller, y las intenciones que revela al prescindir de Melina y Noriega, será cuestión de tiempo el reemplazo del cuerpo docente con otro ajeno a la visión de san Juan Pablo II. Pues para el gran Papa polaco en el centro estaba siempre la fidelidad de la Iglesia a la carne de Cristo, que asume en sí el proyecto del Creador, y de este modo puede curar y sanar las heridas y fragilidades del hombre.

Mons. Sequeri ha sugerido en una entrevista con Vatican News que las preocupaciones sobre el método utilizado para aplicar los cambios en el Instituto fundamentalmente provienen de fuera del instituto ¿Es correcto esto? ¿Cuál es el sentir de los profesores, alumnos y exalumnos sobre los cambios actuales?

Sobre el sentir de los estudiantes, es conocida la carta que han publicado. Están dolidos sobre todo por los dos profesores a los que no se les renueva la cátedra. Eran estimados como grandes pedagogos, siempre disponibles y de gran visión. Especialmente Mons. Melina, en sus años de presidente, ha creado en el Instituto un ambiente de familia, de búsqueda de la verdad en la comunión, que ha abierto horizontes a los estudiantes y ha comunicado pasión por llevar el Evangelio a las familias, incluyendo a aquellas con más dificultades.

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Los alumnos han detectado los problemas serios de los que le he hablado. Con su acción común, respetuosa y valiente, nuestros estudiantes dan testimonio de su aprecio por el Instituto, porque han encontrado una comunión de profesores y alumnos donde se planteaban las grandes preguntas y se podía buscar la verdad del amor. Así, se les han abierto horizontes de grandeza y una vía fecunda en su ministerio pastoral con las familias. La carta se explica por sí sola e incluye las razones de su miedo a que no se conserve la identidad que san Juan Pablo II quiso dar al Instituto por él fundado y encomendado a la protección de la Virgen de Fátima.  

Los profesores están también muy dolidos por la expulsión de nuestros colegas. Al profesor Grygiel le han dicho que continuará en la cátedra Wojtyla, pero a la vez le han privado de sus clases, es decir, de su presencia continua en el Instituto y en el consejo de profesores. Lo mismo sucede con la profesora Monika Grygiel, muy apreciada por los estudiantes, que estaba promoviendo iniciativas para formar a los sacerdotes en la ayuda psicológica a las familias, especialmente con dificultades. Y otras personas de gran valor y muy queridas por el cuerpo docente tampoco enseñarán el año próximo, cuando ya tenían los cursos preparados y el tiempo reservado desde que se les invitó en marzo a ofrecer cursos.

En una carta a Mons. Sequeri y al Arzobispo Vincenzo Paglia, un grupo de alumnos sostiene que los actuales cambios representan una peligrosa concesión a las tendencias predominantes en el mundo académico secular ¿Ud. cree que la identidad eclesial del Instituto, como lo había concebido originalmente San Juan Pablo II, está en riesgo?

Por los motivos que le he dicho, me parece que sí. Me parece que la identidad del Instituto está gravemente amenazada, por eso es necesario presentar, con respeto pero con claridad, las dificultades objetivas de este cambio y avisar del peligro para la misión originaria del Instituto, que el Papa Francisco ha dicho claramente que quiere preservar, no solo como algo del pasado, sino precisamente porque en ella hay una fuente de novedad y de camino para la Iglesia y su acompañamiento a las familias.

¿Es todavía posible una expansión del Instituto de una manera más constructiva y colaborativa? ¿Qué pasos tendrían que darse, en su opinión, para renovar el instituto según el deseo del Papa Francisco, pero considerando las inquietudes presentadas?

Durante tres años hemos trabajado en esa línea con Mons. Sequeri. Él podrá testimoniar que ha sido una relación cordial y fructuosa. Hemos encontrado lugar para novedades que respetaban la misión del Instituto, para una fecundidad nueva que recogía la herencia de nuestro fundador y la rica tradición católica. Numerosas veces Mons. Sequeri me ha asegurado que no teníamos que temer ante los rumores de despidos. Y que se respetaría la labor colegial de los profesores.

Inexplicablemente, al final, por sorpresa, ha sucedido lo contrario, con gran daño para el Instituto y para profesores y alumnos. ¿Es posible volver a ese camino constructivo? Mons. Paglia y Mons. Sequeri saben que los profesores y alumnos están dispuestos, como lo han mostrado ya. Pero es preciso desandar los pasos equivocados. La primera dificultad que hay que remover consiste en asumir de nuevo a los profesores que han sido despedidos. Nada sólido se construye sobre el despido injusto de colegas apreciados en toda la comunidad académica, no solo del Instituto, sino todo el mundo universitario católico.

¿Cuál ha sido la importancia del Instituto para la vida de la Iglesia y qué está en riesgo si esta identidad se pierde?

Juan Pablo II tuvo una gran intuición que venía de su experiencia de vida. "De joven sacerdote", escribió, "aprendí a amar el amor humano". Fue su trabajo con jóvenes matrimonios el que le permitió descubrir que la familia es el camino de la Iglesia. Pues allí se cultivan las experiencias básicas que Cristo asumió, redimió, plenificó.

Para recuperar estas experiencias originarias, cuya pérdida es la gran miseria del hombre de hoy, Juan Pablo II entendió que era necesario iluminar la verdad del amor. Fundó el Instituto como comunidad académica que pudiese investigar esta verdad del amor, a partir del plan de Dios para el matrimonio y la familia. Pues la luz para nuestra noche no viene primeramente de un análisis de los problemas del hombre, sino de algo más originario: el don que Dios ha dado al hombre y a la Iglesia en cada matrimonio y en cada familia. Aquí está incluida la intuición de la misericordia, que tanto ha promovido el Papa Francisco: la primera misericordia de Dios con el hombre ha sido la de darle una familia y la de salvar la familia, pues a partir de ahí es posible reconstruir todo el sujeto humano y devolverle la capacidad de obrar. Precisamente en este punto se sitúa también la importancia de la moral, que el Instituto ha cultivado desde la luz del amor, como camino para cumplir nuestra vocación a amar, y como capacidad de alcanzar una vida bella y plena. Como en este camino del amor es esencial recuperar el lenguaje del cuerpo, Juan Pablo II confió al Instituto sus Catequesis sobre el amor humano, donde esbozó una teología del cuerpo que se ha seguido desarrollando en estos años con gran fecundidad. Allí nos llama a releer en verdad el lenguaje del cuerpo, un lenguaje inscrito en nosotros por el Creador, y que se basa sobre la diferencia sexual de hombre y mujer abierta a la vida. A partir de esta visión unitaria antropológica, se ha ido cultivando y enriqueciendo un cuerpo docente, expandido por todos los continentes en diferentes secciones, donde el estudio de cada disciplina enriquece a las otras, evitando esa fragmentación tan propia del trabajo universitario hoy. El corte brusco que observamos estos días, difuminando la memoria de esta tradición viva, que se conserva especialmente en las personas, pone en peligro esta rica herencia.

La labor del Instituto y su fruto ha sido enorme, y puede verse en el número de estudiantes formados (sacerdotes, laicos, familias) que trabajan en la enseñanza y en la pastoral familiar; de congresos al que han sido invitados tantos expertos de categoría en las distintas disciplinas; de publicaciones luminosas para los operadores de pastoral; de iniciativas pastorales concretas para ayudar a las familias, trayendo, como el Buen Samaritano, óleo para sus heridas y el vino de la alegría de su vocación al amor.

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