Una familia entre las familias, abierta –como nos decía la hermana– para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa con las puertas abiertas. La iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Me ha tocado mucho el texto de un sacerdote que quería mucho a la Virgen, y también un sacerdote pecador, él sabía ser pecador, pero iba a la Virgen y lloraba antes de la Virgen. Una vez escribió un poema a la Virgen e hizo el propósito de nunca alejarse de la Iglesia. Escribía así: esta tarde, Señora, la promesa es sincera, pero de casualidad, no te olvides de dejar la llave de la parte de afuera. María y la Iglesia nunca cierran por adentro, si cierran, dejan la llave afuera, tú puedes abrir. Y esta es nuestra esperanza, la esperanza de reconciliación.
Padre, usted dice que la Iglesia y la Virgen son una casa con las puertas abiertas. Pero si usted supiera que las cosas feas que he hecho en la vida, para mí las puertas de la iglesia y las puertas de la Virgen están cerradas. Tienes razón, están cerradas, pero acércate, mira bien, y verás la llave por afuera, abre, la puerta está allí, no tienes que tocar. Esto es para toda la vida.
En este sentido, tengo un "trabajito" para ustedes. Ustedes son hijos en la fe de dos grandes testigos que fueron capaces de testimoniar con su vida el amor del Señor en estas tierras. Los hermanos Cirilo y Metodio, hombres santos y visionarios, tuvieron la certeza de que la manera más auténtica para hablar con Dios era hacerlo en la propia lengua. Eso les dio la audacia de animarse a traducir la Biblia para que nadie pudiera quedar privado de la Palabra que da vida.
Ser una casa de puertas abiertas, siguiendo las huellas de Cirilo y Metodio, implica también hoy animarse a ser audaces y creativos para preguntarse cómo se puede traducir de manera concreta a las generaciones más jóvenes el amor que Dios nos tiene. Ay que ser audaces, valientes.
Sabemos y experimentamos que «los jóvenes, en las estructuras habituales, muchas veces no encuentran respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas» (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 202). Esto nos pide una mayor imaginación en nuestras acciones pastorales para buscar la manera de llegar a su corazón, conocer sus búsquedas y alentar sus sueños como comunidad-familia que sostiene, acompaña e invita a mirar el futuro con esperanza.
Una tentación grande que enfrentan las nuevas generaciones es la falta de raíces que los sostenga y esto los lleva al desarraigo y a una gran soledad. Nuestros jóvenes, cuando se sienten llamados a desplegar todo el potencial que poseen, muchas veces quedan a mitad de camino por las frustraciones o las desilusiones que experimentan, ya que no poseen raíces donde apoyarse para mirar adelante (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 179-186). Y eso aumenta cuando se ven obligados a dejar su tierra, su patria, su hogar.
No tengamos miedo a asumir nuevos desafíos, siempre que busquemos por todos los medios que nuestro pueblo no sea privado de la luz y el consuelo que nace de la amistad con Jesucristo. Quisiera subrayar sobre los jóvenes que pierden sus raíces. Hoy en el mundo, hay muchas personas que sufren mucho, los jóvenes y los ancianos, los debemos hacer encontrar, encontrarse. Los ancianos son las raíces de nuestra sociedad. No podemos alejarlos de nuestra comunidad, son la memoria viva de nuestra fe, los jóvenes necesitan raíces, memoria. Hagamos que se comuniquen. Sin miedo. Es una bella profecía del profeta Joel. Los viejos soñarán, los jóvenes profetizarán. Cuando los jóvenes se encuentran con los ancianos, los ancianos con los jóvenes, los ancianos vuelven a vivir, vuelven a soñar y los jóvenes toman valentía de los ancianos, van hacia adelante, y empiezan a frecuentar el futuro. Necesitamos que los jóvenes frecuenten el futuro, pero solo se puede hacer si tienen las raíces de los ancianos. Cuando venía en las calles había muchos ancianos que sonreían, tienen un tesoro dentro, y había tantos jóvenes, que saludaban y sonreían, que se encuentren, que los ancianos den a estos jóvenes de profetizar, de frecuentar el futuro.
No tengamos miedo a asumir nuevos desafíos, siempre que busquemos por todos los medios que nuestro pueblo no sea privado de la luz y el consuelo que nace de la amistad con Jesucristo, de una comunidad de fe, en la parroquia, que lo contenga y de un horizonte siempre desafiante y renovador que le dé sentido y vida (cf. Exhort. apost. Evangelii gautium, 49). No nos olvidemos que las páginas más hermosas de la Iglesia fueron escritas cuando el Pueblo de Dios se ponía en camino creativamente, para buscar traducir el amor de Dios en cada momento de la historia, con los desafíos que se iban encontrando.
El pueblo unido, el pueblo de Dios, con el sentido de la fe claro. Es lindo saber que cuentan con una gran historia vivida, pero es más hermoso saber que a ustedes se les confió escribir lo que vendrá. Estas páginas no han sido escritas, las tienen que escribir ustedes, el futuro está en sus manos, el libro del futuro lo tienen que escribir ustedes.
No se cansen de ser una Iglesia que siga engendrando, que siga engendrando, en medio de las contradicciones, dolores, pobrezas, Iglesia madre que engendra a los hijos que esta tierra necesita hoy en los inicios del s. XXI, teniendo un oído en el Evangelio y el otro en el corazón de su pueblo.
Gracias. Gracias por este hermoso encuentro y pensando en el papa Juan, quisiera que la bendición que les doy ahora sea una caricia del Señor para cada uno de ustedes. Él había dado esta bendición con el deseo que fuera una caricia, la bendición que impartió a la luz de la luna. Recemos juntos, recemos a la Virgen que es imagen de la Iglesia. Recen en su idioma el Ave María… María Madre de la Iglesia, reza por nosotros.
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