Señor Presidente, señor Primer Ministro, ilustres miembros del Cuerpo Diplomático, distinguidas Autoridades, representantes de las distintas Confesiones religiosas, queridos hermanos y hermanas:
Me alegro de encontrarme en Bulgaria, lugar de encuentro entre muchas culturas y civilizaciones, puente entre Europa del este y del sur, puerta abierta hacia el cercano oriente; una tierra en la que han arraigado antiguas raíces cristianas, que alimentan la vocación que favorece el encuentro en la región como también en la comunidad internacional. Aquí la diversidad, en el respeto de las específicas peculiaridades, es vista como una oportunidad, una riqueza, y no como un motivo de conflicto.
Saludo cordialmente a las Autoridades de la República y les agradezco la invitación a visitar Bulgaria. Agradezco al señor Presidente las corteses palabras que me ha dirigido acogiéndome en esta histórica plaza que lleva el nombre del estadista Atanas Burov, que sufrió la dureza de un régimen que no podía aceptar la libertad de pensamiento.
Envío con deferencia mi saludo a Su Santidad el Patriarca Neofit -a quien visitaré dentro de poco-, a los Metropolitas y a los Obispos del Santo Sínodo, y a todos los fieles de la Iglesia Ortodoxa Búlgara. Dirijo un afectuoso saludo a los Obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los miembros de la Iglesia Católica, a los que vengo a confirmar en la fe y a animar en su cotidiano camino de vida y de testimonio cristiano.
Saludo cordialmente a los cristianos de otras Comunidades eclesiales, a los miembros de la Comunidad hebrea y a los fieles del islam y reafirmo con vosotros «la fuerte convicción de que las verdaderas enseñanzas de las religiones invitan a permanecer anclados en los valores de la paz; a sostener los valores del conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia común» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Aprovechemos la hospitalidad que el pueblo búlgaro nos ofrece para que cada religión, llamada a promover la armonía y la concordia, ayude al crecimiento de una cultura y de un ambiente permeados por el pleno respeto por la persona humana y su dignidad, instaurando conexiones vitales entre civilizaciones, sensibilidades y tradiciones diferentes, y rechazando toda violencia y coerción. De este modo, serán derrotados todos aquellos que buscan por todos los medios manipularla e instrumentalizarla.
Mi presente visita pretende unirse simbólicamente a la que realizó san Juan Pablo II en mayo de 2002 y se desarrolla en el grato recuerdo de la presencia en Sofía, por más de un decenio, del entonces Delegado Apostólico Mons. Angelo Giuseppe Roncalli. Él guardó siempre en el corazón sentimientos de gratitud y de profunda estima por vuestra nación, hasta el punto de afirmar que, estuviese donde estuviese, su casa siempre habría estado abierta para ustedes, sin necesidad de decir si se era católico u ortodoxo, sino solo un hermano de Bulgaria (cf. Homilía, 25 diciembre 1934). San Juan XXIII trabajó infatigablemente para promover la colaboración fraterna entre todos los cristianos, y gracias al Concilio Vaticano II, que él convocó y presidió en su primera fase, dio un gran impulso y fuerza al desarrollo de las relaciones ecuménicas.