Previo al inicio de la Misa se realizó el rito de beatificación en la que se leyó la carta apostólica enviada por el Papa Francisco. Posteriormente, entre los aplausos de miles de fieles al interior de la Basílica, una reliquia de la beata (una venda con su sangre) fue llevada en procesión hacia el altar por su nieta, la Hermana Consuelo Armida, y Jorge Guillermo Treviño, la persona que recibió el milagro por su intercesión.
En su homilía, el Cardenal Becciu recordó a Concepción Cabrera como "una figura maravillosa en sus diferentes aspectos de esposa, madre, viuda, inspiradora de Institutos religiosos y de iniciativas apostólicas".
"La belleza y la fuerza de su testimonio consiste en haber escogido, desde la adolescencia, consagrarse al Amor absoluto: Dios. Elegir a Dios como Amor absoluto significa abrazar su voluntad, que a Conchita se manifestó de manera inmediata y clara: ¡serás esposa y madre!", dijo.
El Prefecto sostuvo que, al igual que la Virgen María, "también para Conchita la felicidad consistía no en seguir sus propias inspiraciones, aunque santas, sino en conformarse al proyecto que Dios tenía para ella".
"Así, ella aceptó vivir con total dedicación su experiencia de esposa y de madre. Aceptó la responsabilidad de una fidelidad continua, de una maternidad que se renovó por nueve veces, de haber tenido que educar a sus hijos, tarea agotadora al tiempo que hermosa. Se manifestaba preocupada por su crecimiento humano y, sobre todo, espiritual: una solicitud materna por cada uno de ellos; verdadero modelo de madre, pronta para alentar los aspectos positivos y corregir los defectos", destacó el Cardenal.
Por otra parte, recordó que la "profunda fe" de Concepción, "alimentada con una oración intensa y constante" ante el Santísimo Sacramento, así como su "caridad sin medida", la encaminaron a un "largo itinerario ascético y místico".