Incluso el fundador Paul Geheeb decidió abolir el concepto mismo de educación. "Prefiero no usar las palabras 'educación' y 'educar' –decía– prefiero hablar de desarrollo humano". En su opinión los profesores no debían ser educadores sino "amigos" de los niños. Así, el internado de Odenwald se convirtió en la cuna de las ideas radicales de esta época, causando sensación por la promiscuidad entre los alumnos hombres y mujeres (se trataba de una revolución para la época) y por la educación física juntos y desnudos de niños y niñas.
El caso alemán no es aislado en la historia de la izquierda europea. El 26 de enero de 1977, en nombre de la "liberación sexual de los niños", el diario francés Le Monde, faro de la izquierda, publicó una petición para bajar la mayoría de edad sexual a doce años, una suerte de legitimización ideológica de la pedofilia adolescente.
Entre los firmantes estaba el poeta Louis Aragon, el ilustre semiólogo Roland Barthes, el filósofo marxista más en boga entonces Louis Althusser, los psicoanalistas profetas de lo autónomo Gilles Deleuze y Félix Guattari, la pionera de la psicología infantil Françoise Dolto ("la Montessori de los alpes"), el fundador de Médicos Sin Fronteras, Bernard Kouchner, el futuro ministro de cultura e ícono socialista Jack Lang, el vate del existencialismo Jean-Paul Sartre y su compañera feminista Simone de Beauvoir, además del niño terrible de la literatura francesa, Philippe Sollers. En la práctica, se reunió al entero panteón de la cultura parisina de la segunda mitad del siglo XX.
Como escribió Jean-Claude Guillebaud, periodista del Nouvel Observateur, sobre los años sesenta y la pedofilia: "Estos idiotas exaltaban el permisivismo y la aventura pedófila". Dos años después, otro diario símbolo de la izquierda, Libération, definía la pedofilia como "una cultura que busca romper la tiranía burguesa que hace del amante de los niños un monstruo de leyenda".
Siempre en las páginas de Libération y también en 1979 se alabó a Jacques Dugué, pedófilo condenado "por su franqueza en mérito a la sodomía". Esto lo explica el mismo Dugué en Libération: "Un niño que ama a un adulto sabe muy bien que no puede solo dar y entiende y acepta recibir. Es un acto de amor. Es uno de sus modos de amar y de probarlo".
Una vez más, el 20 de junio de 1981, Libération publicó un artículo titulado "Abrazos infantiles" en el que se presenta de manera complaciente el testimonio de un pedófilo sobre sus relaciones sexuales con un niño de cinco años.
Luego está el caso del maestro del pensamiento del antihumanismo, Michel Foucault, que sostenía que el niño es "un seductor" que busca el contacto sexual con el adulto. En una entrevista aparecida en Change en 1977 y republicada en "Dits et écrits" (Gallimard), J. P. Faye y otros le hacen algunas preguntas al célebre filósofo: "Una niña de ocho años –dice Faye– es estuprada por un joven agricultor en un granero. Luego vuelve a casa y su padre hace de médico y cardiólogo que se interesa también en Wilhelm Reich: de aquí la contradicción. Ve volver a casa a la hija que no abre más la boca. Se queda completamente muda varios días, tiene fiebre… En pocos días sin embargo, verifica que está herida físicamente. El padre cura la laceración, sutura la herida. Médico y reichiano, ¿hace la denuncia? No. Se limita a hablar con el agricultor, antes de que se vaya. No toma ninguna acción judicial pero el relato prosigue con la descripción de una enorme dificultad física a nivel de la sexualidad más adelante en el tiempo. Algo que es verificable solo casi diez años después. Es muy difícil pensar en algo a nivel jurídico en este caso. No es fácil a nivel de la psique aunque parece más sencillo a nivel del cuerpo".
La réplica de Foucault: "Todo el problema en el caso de las niñas y también de los niños –porque, legalmente el estupro en el caso de los niños no existe– es el problema del niño que es seducido o que comienza a seducirte. ¿Se puede hacer de legislador ante la siguiente propuesta? ¿Con un niño que consiente, con un niño que no rechaza, se puede tener algún tipo de relación sin que la cosa ingrese en el ámbito legal? El problema tiene que ver con los niños. Hay niños que a los diez años se lanzan sobre un adulto ¿y entonces? Hay niños que consienten".
Responde Faye: "También los niños entre ellos, pero en esto se cierra los ojos. Sin embargo, cuando un adulto entra en el juego ya no hay más igualdad ni equilibrio entre los descubrimientos y las responsabilidades. Hay una desigualdad… difícil de definir". Cierra Foucault: "Estaría tentado a decir que, si el niño no rechaza entonces no hay razón alguna para sancionar el hecho, cualquiera que sea. Además, existe también el caso de un adulto que está en relación de autoridad respecto al niño ya sea como padre, como tutor o como profesor o médico. También aquí estaría tentado a decir: no es cierto que de un niño se puede obtener aquello que no quiere realmente a través del efecto de autoridad".
Como ha explicado la historiadora Anne-Claude Ambroise-Rendu, el discurso según el cual "los niños tienen derecho a la sexualidad" encontró un nicho "a la sombra de los movimientos alternativos de la antipsiquiatría y de la militancia homosexual". Ese fue el caso de Tony Duvert, escritor francés autor del "Buen sexo ilustrado", una especie de "manifiesto pedófilo" que reclamaba el derecho de los niños a su propia liberación sexual.
Al final, entre muchos, está el nombre de Alfred Kinsey, el "padre de la revolución sexual occidental", cuyas investigaciones contribuyeron a cambiar las costumbres y la institución familiar de la sociedad moderna, el moralista que enseñó a los estadounidenses a hablar de sexo y a practicarlo abiertamente, abriendo las puertas al movimiento gay.
Entomólogo pionero, el doctor Kinsey no dudó en legitimar la pedofilia. En su segundo "Informe" hay un párrafo titulado "Contactos en la edad prepúber con adultos masculinos", en el que se describen relaciones sexuales entre niñas y hombres adultos: "Si la niña no estuviese condicionada por la educación, no es cierto que las aproximaciones sexuales de ese tipo, de los aquellos determinados en estos episodios la turbarían", escribe Kinsey.
Kinsey también afirma que "es difícil entender por qué razón una niña, a menos que no esté condicionada por la educación, debería turbarse cuando le tocan los genitales o cuando ve los genitales de otras personas o al tener contactos sexuales todavía más específicos. Cuando los niños son puestos en guardia continuamente por los padres y sus maestros ante el contacto con los adultos, y cuando no reciben una explicación sobre la naturaleza exacta de los contactos prohibidos, están listos para manifestarse histéricamente apenas una persona adulta se les acerca o los busca para hablar en la calle, o los acaricia, o les propone hacer algo por ellos, incluso si esa persona no tuviese una intención sexual. Algunos de los expertos más estudiosos de los problemas juveniles han llegado a la convicción de que las reacciones emotivas de los padres, los policías u otros adultos que descubren que el niño ha tenido contactos, pueden turbar al niño más seriamente que los mismos contactos sexuales. La histeria en boga ante las transgresiones sexuales puede influir muy bien en grave medida en la capacidad de los niños de adaptarse sexualmente algunos años después, en el matrimonio".
Más tarde se sabría que el "Informe Kinsey", el más famoso estudio sobre el comportamiento sexual humano, estaba basado en las memorias de un pedófilo. Quien lo admitió fue John Bancroft, director del Instituto Kinsey en la Universidad de Indiana (Estados Unidos), quien explicó que los datos del informe estaban basados en las experiencias personales de un maniaco sexual que había abusado de 300 niños y que mantenía un diario preciso sobre sus actividades pedófilas.
Estamos entonces ante los orígenes de la hipocresía de una cultura y de su clase dirigente que ha puesto bajo la inquisición a la Iglesia Católica por los abusos sexuales (reales o presuntos), cuando es esa misma clase la que está en el origen de lo que Roger Scruton definiría como la "pedofilia vicaria" en vigor en las democracias occidentales.
Una experiencia simbolizada por la revista Konkret, la más influyente entre los ambientes intelectuales de izquierda en Alemania, que en diversas ocasiones ha publicado en los años setenta y ochenta imágenes de niñas desnudas con referencias explícitas a la posibilidad del sexo. El director de la revista era Klaus Rainer Röhl, un nombre ilustre de la publicación, además de pareja de Ulrike Meinhof, la célebre valquiria de la sangrienta escalada terrorista realizada contra la Alemania de la postguerra.
Sería la misma hija de ambos, Anja Röhl, quien escribiría en una autobiografía que "uno de los nombres más ilustres que abiertamente difundió la pedofilia fue Klaus Rainer Röhl, mi padre".
Ulrike fue una despiadada terrorista, el marido un triste ideólogo de la pedofilia y la hija víctima de los abusos realizados por los padres y, también aquí, de la cultura del idealismo fanático y la crueldad originadas en el 68.
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