MADRID,
Después de que el P. Francisco Javier Olivera fuera ordenado sacerdote en Japón, su madre le confesó que cuando nació le ofreció a la Virgen para que fuera misionero en Asia; desde entonces ha vivido en Japón, China y ahora en Mongolia, donde los católicos son apenas 1.200 y la Iglesia no lleva ni 30 años presente.
El P. Francisco Javier Olivera nació en Salamanca (España), hace 47 años. Es sacerdote del Camino Neocatecumenal y lleva 28 años como misionero, desde que con 19 años decidiera entrar en el Seminario Redemptoris Mater de Takamatsu (Japón), donde se ordenó hace 22 años.
Después de 16 años en Japón, vivió otros ocho en China y actualmente lleva cuatro en Mongolia, en misión junto con tres familias católicas y varios laicos misioneros.
Según explicó en una entrevista concedida a Religión En Libertad, entre los tres países en los que ha estado de misión, Japón le parece "el más duro" porque allí "quizás se experimenta más la soledad, incluso estando en una parroquia", mientras que China le impresionó muchísimo ya que "la gente tiene mucha curiosidad y si hubiera libertad sería impresionante". "En Mongolia estamos empezando, aunque me parece bastante difícil por la lengua, el frío, la contaminación, la cultura, y sobre todo por los impedimentos legales que tenemos, que son muchos", relató.
La vocación sacerdotal y misionera del P. Olivera se gestó "poco a poco", pero influyeron "una serie de misioneros y catequistas itinerantes" que pasaban por su casa y cuyas vidas le impresionaban. Pero sin duda fue determinante la oración que su madre hizo cuando nació él. "Me ofreció a la Señora para que fuera misionero en Asia. Esto yo no lo sabía, me lo contó en Takamatsu al terminar la celebración de mi ordenación", aseguró el sacerdote.
En Mongolia, la Iglesia Católica lleva tan sólo unos 26 años y la comunidad de creyentes es muy reducida. De una población de más de tres millones de habitantes, tan sólo hay poco más de 1.200 fieles, y las temperaturas en invierno rondan los 30 grados centígrados bajo cero.