18 de diciembre de 2024 Donar
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Su madre le ofreció a la Virgen al nacer, ahora es misionero en Mongolia

P. Francisco Javier Olivares, sacerdote misionero en Mongolia. Foto: Cortesía P. Francisco Javier Olivares.

Después de que el P. Francisco Javier Olivera fuera ordenado sacerdote en Japón, su madre le confesó que cuando nació le ofreció a la Virgen para que fuera misionero en Asia; desde entonces ha vivido en Japón, China y ahora en Mongolia, donde los católicos son apenas 1.200 y la Iglesia no lleva ni 30 años presente.   

El P. Francisco Javier Olivera nació en Salamanca (España), hace 47 años. Es sacerdote del Camino Neocatecumenal y lleva 28 años como misionero, desde que con 19 años decidiera entrar en el Seminario Redemptoris Mater de Takamatsu (Japón), donde se ordenó hace 22 años.

Después de 16 años en Japón, vivió otros ocho en China y actualmente lleva cuatro en Mongolia, en misión junto con tres familias católicas y varios laicos misioneros.

Según explicó en una entrevista concedida a Religión En Libertad, entre los tres países en los que ha estado de misión, Japón le parece "el más duro" porque allí "quizás se experimenta más la soledad, incluso estando en una parroquia", mientras que China le impresionó muchísimo ya que "la gente tiene mucha curiosidad y si hubiera libertad sería impresionante". "En Mongolia estamos empezando, aunque me parece bastante difícil por la lengua, el frío, la contaminación, la cultura, y sobre todo por los impedimentos legales que tenemos, que son muchos", relató.

La vocación sacerdotal y misionera del P. Olivera se gestó "poco a poco", pero influyeron "una serie de misioneros y catequistas itinerantes" que pasaban por su casa y cuyas vidas le impresionaban. Pero sin duda fue determinante la oración que su madre hizo cuando nació él. "Me ofreció a la  Señora para que fuera misionero en Asia. Esto yo no lo sabía, me lo contó en Takamatsu al terminar la celebración de mi ordenación", aseguró el sacerdote.

En Mongolia, la Iglesia Católica lleva tan sólo unos 26 años y la comunidad de creyentes es muy reducida. De una población de más de tres millones de habitantes, tan sólo hay poco más de 1.200 fieles, y las temperaturas en invierno rondan los 30 grados centígrados bajo cero.

La Iglesia Católica llegó en 1992 cuando tres misioneros del Inmaculado Corazón de María fueron enviados al país. Posteriormente llegaron otras congregaciones de sacerdotes y religiosas, así como laicos y una familia polaca. "Son parroquias jóvenes en todos los aspectos, muchos jóvenes se van acercando. Es una Iglesia pobre. Tenemos ya el primer sacerdote mongol ordenado hace dos años y ahora tenemos un diácono", explica el P. Olivera.

Este sacerdote participa en el país de una llamada "missio ad gentes" junto con tres familias misioneras, dos laicas misioneras y un laico misionero. Esta "missio" consiste en "hablar del amor de Dios" a las personas que poco a poco van conociendo "a través de las escuelas, los trabajos y también de las pocas parroquias que hay".

"También ayudamos en la parroquia de la catedral haciendo catequesis bíblicas. El Obispo nos invitó porque pensó que el Camino Neocatecumenal podía ayudar a los paganos y también a los recién bautizados para profundizar en su fe", asegura.

El día del P. Francisco Javier comienza a las 5.30 de la mañana, cuando sale de casa para celebrar la Eucaristía en los conventos que hay en Ulan Bator, la capital de Mongolia. Estudia mongol, da clases de japonés en una empresa donde procura "aprovechar la ocasión para hablar de Dios, sobre todo a través de canciones". También celebra la Eucaristía con cada familia misionera en su casa y ocasionalmente también lo hace para una pequeña comunidad china de católicos.

"Algunos piensan que esta vida es una locura, pero la quiero para mí y si cada vez es un poco más loca, mejor aún, más vemos que es Dios el que la lleva. Ahora, de hecho hemos comenzado a visitar la Diócesis de San José de Irtkusk, en Siberia, es enorme, otra lengua", asegura en su entrevista a Religión en Libertad y subraya "lo que Dios quiera y como Dios quiera".

En estos cuatro años en Mongolia el trabajo de Evangelización ha sido duro y aunque los frutos de las conversiones no son frecuentes, el sacerdote explica que hay "personas concretas que se han ido acercando a la Iglesia, sobre todo a través de las diversas obras sociales que se llevan a cabo, asistencia a ancianos pobres, niños pobres y abandonados… etc. Sin duda el amor que demuestran los misioneros atrae poco a poco a los mongoles".

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Muestra de ello, el P. Olivera recuerda cómo en una catequesis preguntó a un muchacho si creía en Dios. "Me dijo que él buscaba a Dios en la belleza. Él era pagano, y un día entró en la catedral y vio a unas viejecitas rezando y le parecieron bellas. A raíz de eso se preparó y se bautizó".

También explica cómo en una ocasión, en una zona remota y peligrosa de Mongolia, un viejecito se le acercó al P. Olivera y al seminarista que le acompañaba. El anciano les dijo que éramos curas. "Le preguntamos por qué lo sabía y dijo que porque a esa zona no venían extranjeros y si alguno venía era siempre un misionero". Momentos en los que el sacerdote ve "la mano del Señor ayudando y cuidando".

Según explica el sacerdote, las tres familias misioneras que participan con él en la tarea de evangelización en la "missio ad gentes" "están contentas y agradecidas al Señor por enviarlas a Mongolia, una misión naciente".

El P. Olivera asegura que no se ha planteado volver a España e insiste: "Prefiero que Dios decida".

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