Por este motivo es fundamental que las prioridades y medidas contenidas en los grandes programas calen hondo y se difundan por doquier, para que no haya disociaciones y todos asumamos el reto de combatir el hambre y la miseria de una forma seria y compartida, con una adecuada arquitectura institucional, social y económica que lleve a buen término iniciativas que ofrezcan soluciones viables para que los pobres no sigan sintiéndose preteridos.
5. Tenemos, pues, los instrumentos adecuados y un marco para que las bellas palabras y los buenos deseos se conviertan en un verdadero programa de acción que culmine, efectivamente, con la erradicación del hambre en nuestro mundo.
Hacerlo realidad demanda conjunción de esfuerzos, nobleza de corazón y una constante preocupación para hacer propio, con firmeza y resolución, el problema ajeno. Y, sin embargo, como en otras grandes cuestiones que afectan a la humanidad, a menudo nos encontramos con enormes obstáculos en la solución de los problemas, con barreras insoslayables fruto de indecisiones o dilaciones, con la ausencia de vigor de los responsables políticos, muchas veces sumergidos únicamente en intereses electorales o atenazados por miradas sesgadas, perentorias o reducidas.
Falta realmente voluntad política. Es preciso querer acabar de verdad con el hambre, lo cual, en definitiva y ante todo, no se realizará sin la convicción ética, común a todos los pueblos y a las diferentes visiones religiosas, que coloca en el centro de cualquier iniciativa el bien integral de la persona, y que consiste en «hacer al otro aquello que quisiéramos para nosotros mismos». Se trata de una acción fundada en la solidaridad entre todas las naciones y de medidas que sean la expresión del sentir de la población.
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6. Pasar de las palabras a la acción en la erradicación del hambre no solo requiere decisión política y planes operativos. Es necesario asimismo superar un enfoque reactivo, dando paso a una visión más proactiva. Una mirada superficial y pasajera, en el mejor de los casos, puede suscitar reacciones puntuales.
Olvidamos de este modo la dimensión estructural que esconde el drama del hambre: la extrema desigualdad, la mala distribución de los recursos del planeta, las consecuencias del cambio climático o los interminables y sangrientos conflictos que asolan muchas regiones, por mencionar solo algunas de sus principales motivaciones. Necesitamos desarrollar un enfoque más proactivo y más sostenido en el tiempo, necesitamos el aumento de los fondos destinados al fomento de la paz y el desarrollo de los pueblos.
Necesitamos acallar las armas y su pernicioso comercio para escuchar la voz de los que lloran desesperados al sentirse abandonados en las orillas de la vida y el progreso. Si de verdad queremos que la población mundial adopte esta perspectiva, resulta imprescindible que la sociedad civil organizada, los medios de comunicación y las instituciones educativas unan sus fuerzas en la dirección correcta.
De aquí al 2030 tenemos una docena de años para desplegar una acción vigorosa y consistente; no para dejarnos llevar, a borbotones, por los titulares intermitentes y pasajeros, sino para plantarle cara sin tregua, de la mano de la solidaridad, la justicia y la coherencia, al hambre y las causas que la provocan.
7. Estas son, señor Director General, algunas reflexiones que deseo compartir con cuantos no se dejan vencer por la indiferencia y escuchan el grito de los que no disponen de lo mínimo para llevar una existencia digna.
Por su parte, la Iglesia católica, en el ejercicio de la misión que su divino Fundador le ha encomendado, batalla cotidianamente en el orbe entero contra el hambre y la malnutrición, de múltiples formas y a través de sus variadas estructuras y asociaciones, recordando que quienes padecen la miseria no son distintos a nosotros.