En este sentido, explicó que María tampoco estaba sin hacer nada. "Estaba mirando al Señor porque el Señor tocaba su corazón. Y de ahí, de la inspiración del Señor, es de donde procede el trabajo que se debe desarrollar después".
Puso de ejemplo de ello la predicación de San Pablo: "Cada cosa que hacía Pablo lo hacía con ese espíritu de contemplación, de mirar al Señor. Era el Señor el que hablaba a su corazón, porque Pablo era un enamorado del Señor".
El Pontífice subrayó que esa palabra, "enamorarse", es la clave para no equivocarse. "Para saber de qué parte estamos, si exageramos para ir hacia una contemplación demasiado abstracta, incluso gnóstica, o si estamos demasiado ocupados, debemos hacernos la pregunta: '¿Estoy enamorado del Señor?'. '¿Tengo la certeza de que me ha elegido?'. 'O, por el contrario, ¿vivo mi cristianismo haciendo cosas, pero sin mirar si mi corazón contempla?'".
"Contemplación y servicio: este es el camino de nuestra vida. Cada uno de nosotros debe pensar: ¿Cuánto tiempo al día dedico a contemplar el misterio de Jesús? Y luego: ¿Cómo es mi trabajo? ¿Trabajo tanto que parece una alienación, o trabajo con coherencia con mi fe, como un servicio al Evangelio? Pensar en esto nos hará bien", concluyó el Papa.