Aunque él no es periodista de investigación ni alguien fantasioso, sí que es un analista sobrio que ha ido siguiendo desde hace ya buen tiempo el estado de la Iglesia y del mundo con avidez y de modo crítico, conservando sin embargo una visión buena y casi infantil de las cosas.
Por esa razón Dreher no presenta una novela apocalíptica como la famosa "Señor del Mundo", con la que el sacerdote británico Robert Hugh Benson sacudió al mundo anglosajón en 1906. En vez de eso, el libro de Dreher parece más una guía práctica para construir un arca, porque él sabe que no existe una presa capaz de detener la gran inundación que ha estado inundando al antiguo Occidente cristiano desde mucho antes que ayer y al que Estados Unidos pertenece.
Esta también es una gran diferencia entre Dreher y Benson. Como típico estadounidense, Dreher es más práctico que el excéntrico británico de Cambridge en el periodo previo a la Primera Guerra Mundial. En segundo lugar Dreher, como habitante de Louisiana, tiene experiencia con huracanes. Y en tercer lugar, no es clérigo sino un laico que no habla en representación de otros, sino desde su propio celo por el Reino de Dios que Jesucristo proclamó para nosotros.
En ese sentido, es un hombre que está enteramente tras el favor y gusto del Papa Francisco, quien sabe como nadie más en Roma que la crisis de la Iglesia es en esencia una crisis del clero; y que ahora ha llegado la hora del laicado soberano, especialmente en los medios católicos nuevos e independientes, casi personificados por Rod Dreher.
La facilidad que tiene para mostrar la realidad, probablemente tiene que ver con las nobles tradiciones narrativas del sur de los Estados Unidos, cuyo reconocimiento global fue alentado alguna vez por Mark Twain. Y cuando dije antes que me vi una y otra vez de niño en la fragua de mi padre mientras usaba su martillo en el yunque, tengo que confesar que la fácil lectura de este pesado libro me llevó una y otra vez al mundo de aventuras de mi niñez, cuando soñaba despierto con Tom Sayer y Huckleberry Finn.
Por otro lado, Rod Dreher no es un hombre de sueños sino de hechos y análisis condensados en oraciones como esta: "El hombre psicológico ganó decididamente y ahora es dueño de la cultura –incluyendo varias iglesias– así como los ostrogodos, visigodos, vándalos y otros pueblos conquistadores fueron dueños de los restos del Imperio Romano de Occidente".
O esta: "Nuestros científicos, jueces, príncipes, académicos y nuestros escribas trabajan demoliendo la fe, la familia, el género, incluso lo que significa ser humano. Nuestros bárbaros han cambiado las pieles de animales y las lanzas del pasado por trajes de diseñador y teléfonos inteligentes".
El capítulo 3 de su libro comienza con estas palabras: "No puedes volver al pasado, pero puedes ir a Nursia". Poco después prosigue –proféticamente sobre el tema, pero de ningún modo regodeándose– de la siguiente manera: "La leyenda cuenta que en una discusión con un cardenal, Napoleón señaló que él tenía el poder de destruir la Iglesia. 'Su majestad', replicó el cardenal, 'nosotros, el clero, hemos hecho lo mejor que hemos podido para destruir la Iglesia en los últimos 1800 años. No lo hemos logrado y tampoco lo logrará usted".
"Cuatro años después de sacar a los benedictinos de su hogar durante casi un milenio, el imperio de Napoleón estaba en ruinas, y él estaba en el exilio. Hoy el sonido de los cantos gregorianos puede ser escuchado nuevamente en el hogar del santo…".
En la misma Nursia, sin embargo, recientemente se escuchó el sonido de las profundidades con el gran terremoto que sacudió a la ciudad en agosto de 2016 y que arruinó la Basílica de San Benito en unos pocos segundos. Casi al mismo tiempo, las lluvias también inundaron la ciudad de Rod Dreher en Mississippi. Estas dos dramáticas escenas clave ahora se pueden apreciar al principio y al final de su libro, a modo de ilustración de una tesis que Dreher formula en el primer capítulo: "La realidad de nuestra situación ciertamente es alarmante, pero no tenemos el lujo de la histeria fatal. Hay una bendición escondida en esta crisis, si es que queremos abrir nuestros ojos a ella… La tormenta que se avecina puede ser el medio a través de la cual Dios nos la envía".
En días recientes la palabra terremoto ha sido usada con frecuencia para describir el colapso dentro de la Iglesia, con la que ahora digo que la Iglesia Católica también ha experimentado su "9-11".
Rod Dreher describe, en unas pocas palabras que debo leerles por su elocuencia, la respuesta de los monjes de Nursia a la catástrofe que destruyó su abadía en el lugar de nacimiento de San Benito.
"Los monjes benedictinos de Nursia se han convertido en un signo para el mundo de formas en las que yo no anticipaba cuando comencé a escribir este libro. En agosto de 2016, un terremoto devastador sacudió su región. Cuando el sismo ocurrió en medio de la noche, los monjes estaban despiertos rezando maitines y por seguridad salieron del monasterio hacia la plaza abierta. El Padre Casiano luego reflexionaba sobre el terremoto y decía que simbolizaba la caída de la cultura cristiana occidental. Pero hubo un segundo símbolo de esperanza esa noche. 'El segundo símbolo es la reunión de la gente alrededor de la estatua de San Benito en la plaza para rezar', escribió a quienes lo apoyaban. Esa es la única forma de reconstruir".
Tras el testimonio del Padre Casiano, me gustaría decirles que Benedicto XVI, desde su renuncia, se entiende como un viejo monje que, luego del 28 de febrero de 2013, está comprometido más que nada con la oración por la Madre Iglesia y su sucesor, el Papa Francisco, así como por el ministerio petrino fundado por Cristo mismo.
Desde el monasterio Mater Ecclesiae detrás de la Basílica de San Pedro, el viejo monje señalaría, considerando el trabajo de Dreher, un discurso que dio cuando era Papa el 12 de septiembre de 2008 en el Collège des Bernardins en París, ante la élite cultural de Francia. Eso fue exactamente hace diez años y me gustaría proponerles algunos extractos en este discurso.
En la gran convulsión del periodo de migraciones conocido en alemán como Völkerwanderung y ante la emergencia de las nuevas estructuras del estado, los monasterios fueron los lugares donde los tesoros de la antigua cultura sobrevivieron y, al mismo tiempo, donde la nueva cultura se fue formando lentamente, dijo Benedicto XVI entonces y preguntó:
"¿Cómo sucedía esto? ¿Qué les movía a aquellas personas a reunirse en lugares así? ¿Qué intenciones tenían? ¿Cómo vivieron?
Primeramente y como cosa importante hay que decir con gran realismo que no estaba en su intención crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era: quaerere Deum, buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial: trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida. Buscaban a Dios. Querían pasar de lo secundario a lo esencial, a lo que es solo y verdaderamente importante y fiable. Se dice que su orientación era «escatológica». Que no hay que entenderlo en el sentido cronológico del término, como si mirasen al fin del mundo o a la propia muerte, sino existencialmente: detrás de lo provisional buscaban lo definitivo (…).
Quaerere Deum –buscar a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura".
Estas fueron las palabras del Papa Benedicto XVI el 12 de septiembre de 2008 sobre la verdadera "opción" de San Benito de Nursia. Luego de eso, todo lo que me queda por decir sobre el libro de Dreher es esto: No contiene una respuesta acabada. No hay panacea, no hay una llave para todas las puertas que han estado abiertas por tanto tiempo y que ahora están cerradas otra vez.
Sin embargo, en medio de esto hay un auténtico ejemplo de lo que el Papa Benedicto dijo hace diez años sobre el espíritu benedictino del comienzo. Es un verdadero "Quaerere Deum". Es esa búsqueda por el verdadero Dios de Isaac y Jacob, que mostró su rostro humano en Jesús de Nazaret.
Por esta razón, una oración del capítulo 4,21 de la Regla de San Benito viene a mi mente, que también aparece y anima todo el libro de Dreher como Cantus Firmus. Me refiero a la legendaria "Nihil amori Christi praeponere", que quiere decir que el amor de Dios debe estar antes que cualquier otra cosa. Esa es la clave para todo el milagro del monacato occidental.
Benito de Nursia fue un faro durante la migración de los pueblos cuando salvó a la Iglesia de la confusión de su tiempo y, por ello, en un cierto sentido, logró refundar la civilización europea.
Pero ahora, no solo en Europa, sino en todo el mundo, estamos experimentando por décadas una migración de pueblos que ya no llegará a un final, como el Papa Francisco claramente ha reconocido y sobre lo que habla urgentemente a nuestras consciencias. Por ello no todo es distinto en este tiempo, comparado a como era entonces.
Si la Iglesia no sabe cómo renovarse a sí misma nuevamente en este tiempo con la ayuda de Dios, entonces todo el proyecto de nuestra civilización está en peligro nuevamente. Para muchos, pareciera como si la Iglesia de Jesucristo nunca podrá recuperarse de la catástrofe de su pecado ya que parece ser casi devorada por él.
Y esta es precisamente la hora en la que Rod Dreher desde Baton-Rouge en Louisiana presenta su libro hoy junto a las tumbas de los apóstoles. Y durante el eclipse de Dios, que nos asusta en todo el mundo, él da un paso adelante y nos dice: "La Iglesia no está muerta, solo duerme y espera".
Y no solo eso. La Iglesia es "joven", parece decirnos, y él señala que lo es alegre y libremente, como dijo Benedicto XVI cuando asumió el ministerio petrino el 24 de abril de 2005, cuando recordó el sufrimiento y la muerte de San Juan Pablo II, de quien colaborador durante tantos años. Así lo recordó en la Plaza de San Pedro:
"Precisamente en los tristes días de la enfermedad y la muerte del Papa, algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente. En el dolor que aparecía en el rostro del Santo Padre en los días de Pascua, hemos contemplado el misterio de la pasión de Cristo y tocado al mismo tiempo sus heridas. Pero en todos estos días también hemos podido tocar, en un sentido profundo, al Resucitado. Hemos podido experimentar la alegría que él ha prometido, después de un breve tiempo de oscuridad, como fruto de su resurrección".
Ni siquiera el satánico "9-11" de la Iglesia Católica Universal puede debilitar o destruir esta verdad, el origen de su fundación a manos del Señor Resucitado y Vencedor.
Por lo tanto, debo confesar honestamente que percibo este tiempo de gran crisis, que hoy ya no está escondido para nadie, por encima de todo como un tiempo de gracia porque, al final, no será ningún esfuerzo en particular el que nos libere, sino solo "la Verdad", como el Señor nos ha asegurado.
Es con esta esperanza que miro los recientes reportes de Rod Dreher sobre la "purificación de la memoria" que Juan Pablo II nos confió y así también leo gratamente su "Opción Benedictina" como una maravillosa inspiración en muchos aspectos.
En las semanas recientes, pocas cosas me han dado tanto consuelo.
Gracias por su atención.
Traducido por Walter Sánchez Silva. Publicado originalmente en CNA Deutsch
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