Junto a la querida Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco, saludo y doy la bienvenida a la Santísima Cruz de Chalpón de Chiclayo, al Señor Cautivo de Ayabaca, a la Virgen de las Mercedes de Paita, el Divino Niño del Milagro de Eten, la Virgen Dolorosa de Cajamarca, la Virgen de la Asunción de Cutervo, la Inmaculada Concepción de Chota, Nuestra Señora de Alta Gracia de Huamachuco, Santo Toribio de Mogrovejo de Tayabamba -Huamachuco-, la Virgen Asunta de Chachapoyas, la Virgen de la Asunción de Usquil, la Virgen del Socorro de Huanchaco, las reliquias de los Mártires Conventuales de Chimbote. Cada comunidad, cada rinconcito de este suelo viene acompañado por el rostro de un santo, el amor a Jesucristo y a su Madre.
Y contemplar que donde haya una comunidad, donde haya vida y corazones latiendo y ansiosos por encontrar motivos para la esperanza, para el canto, para el baile, para una vida digna… allí está el Señor, allí encontramos a su Madre y el ejemplo de tantos santos que nos ayudan a permanecer alegres en la esperanza.
Con ustedes doy gracias a la delicadeza de nuestro Dios. Él busca la forma de acercarse a cada uno de la manera que pueda recibirlo y así nacen las más distintas advocaciones. Expresan el deseo de nuestro Dios por querer estar cerca de cada corazón porque el idioma del amor de Dios siempre se pronuncia en dialecto, no tiene otra forma de hacerlo, y además resulta esperanzador cómo la Madre asume los rasgos de sus hijos, la vestimenta, el dialecto de los suyos para hacerlos parte de su bendición.
María será siempre una Madre mestiza, porque en su corazón encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los medios para amar y ser amado. Todas estas imágenes nos recuerdan la ternura con que Dios quiere estar cerca de cada poblado, de cada familia, de vos, de vos, de mí, de todos. Sé del amor que le tienen a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco que hoy junto a ustedes, quiero declarar: Virgen de la Puerta, «Madre de Misericordia y de la Esperanza».
Virgencita que, en los siglos pasados, demostró su amor por los hijos de esta tierra, cuando colocada sobre una puerta los defendió y los protegió de las amenazas que los afligían, suscitando así el amor de todos los peruanos hasta nuestros días.
Ella nos sigue defendiendo e indicando la Puerta que nos abre el camino a la vida auténtica, a la Vida que no se marchita. Ella es la que sabe acompañar a cada uno de sus hijos para que vuelvan a casa. Nos acompaña y lleva hasta la Puerta que da Vida porque Jesús no quiere que nadie se quede afuera, a la intemperie.