He recurrido a la expresión «primado diaconal», a la imagen del cuerpo, de los sentidos y de la antena para explicar la necesidad más bien indispensable, de practicar el discernimiento de los signos de los tiempos, la comunión en el servicio, la caridad en la verdad, la docilidad al Espíritu y la obediencia confiada a los superiores, precisamente para alcanzar los espacios donde el Espíritu habla a las Iglesias (es decir, la historia) y para conseguir el objetivo de trabajar (por la salus animarum).
Quizá sea útil recordar aquí que los mismos nombres de los diversos Dicasterios y de las Oficinas de la Curia romana dan a entender cuáles son las realidades a favor de las cuales deben trabajar. Es decir, se trata de acciones fundamentales e importantes para toda la Iglesia y diría que para todo el mundo.
Al tener la Curia una tarea realmente muy amplia, me limitaré en esta ocasión a hablar genéricamente de la Curia ad extra, es decir, de algunos aspectos fundamentales, seleccionados, a partir de los cuales será fácil, en un futuro próximo, enumerar y profundizar los otros campos de actuación de la Curia.
La Curia y la relación con las Naciones
En este sector juega un papel fundamental la Diplomacia Vaticana que busca sincera y constantemente el que la Santa Sede sea un constructor de puentes, de paz y de diálogo entre las naciones.
Y siendo una Diplomacia al servicio de la humanidad y del hombre, de mano tendida y de puerta abierta, se compromete a escuchar, a comprender, a ayudar, a plantear y a intervenir rápida y respetuosamente en cualquier situación para acortar distancias y para entablar confianza. El único interés de la Diplomacia Vaticana es estar libre de cualquier interés mundano o material.
La Santa Sede está presente en la escena mundial para colaborar con todas las personas y las naciones de buena voluntad y para repetir constantemente la importancia de proteger nuestra casa común frente a cualquier egoísmo destructivo; para afirmar que las guerras traen sólo muerte y destrucción; para sacar del pasado las lecciones necesarias que nos ayudan a vivir mejor el presente, a construir sólidamente el futuro y salvaguardarlo para las nuevas generaciones.
Los encuentros con los Jefes de las naciones y con las diversas delegaciones, junto a los Viajes apostólicos tienen el mismo sentido y objetivo. Por eso se creó la Tercera Sección de la Secretaría de Estado, con la finalidad de manifestar la atención y la cercanía del Papa y de los superiores de la Secretaría de Estado al personal diplomático y también a los religiosos y a las religiosas, a los laicos y a las laicas que prestan trabajo en las Representaciones Pontificias.
Una Sección que se ocupa de las cuestiones relativas a las personas que trabajan en el servicio diplomático de la Santa Sede, o que se preparan para ello, en estrecha colaboración con la Sección de Asuntos Generales y con la Sección para las Relaciones con los Estados. Esta particular atención se basa en la doble dimensión del servicio del personal diplomático: pastores y diplomáticos, al servicio de las Iglesias particulares y de las naciones donde trabajan.
La Curia y las Iglesias particulares
La relación que une la Curia a las diócesis y a las eparquías es de máxima importancia. Estas encuentran en la Curia romana el apoyo y el soporte necesario. Es una relación que se basa en la colaboración, la confianza y nunca en la superioridad o el contraste.
La fuente de esta relación está en el Decreto conciliar sobre el ministerio pastoral de los Obispos, en el que se explica más ampliamente que el trabajo de la Curia es «para bien de las Iglesias y al servicio de los sagrados Pastores».
El punto de referencia de la Curia romana, de hecho, no es sólo el Obispo de Roma, del que le viene la autoridad, sino también las Iglesias particulares y sus Pastores en todo el mundo, para cuyo bien obra y actúa.
A esta característica de «servicio al Papa y a los obispos, a la Iglesia universal y a las Iglesias particulares» y al mundo entero, hice referencia en el primero de nuestros encuentros anuales, cuando subrayé que «en la Curia romana se aprende, "se respira" de un modo especial esta doble dimensión de la Iglesia, esta compenetración entre lo universal y lo particular; y me parece que ésta es una de las más bellas experiencias de quien vive y trabaja en Roma».
Las visitas ad limina Apostolorum, en este sentido, representan una gran oportunidad de encuentro, diálogo y enriquecimiento mutuo. Por eso, en el encuentro con los obispos, he preferido tener un diálogo de escucha mutua, libre, reservado, sincero que va más allá de los esquemas protocolarios y el habitual intercambio de discursos y recomendaciones. También es importante el diálogo entre los Obispos y los distintos Dicasterios.
Al retomar este año las visitas ad limina, después del año del Jubileo, los obispos me han confiado que han sido bien acogidos y escuchados por todos los Dicasterios. Esto me alegra mucho y doy las gracias a los Jefes de los Dicasterios aquí presentes.
Permítanme también aquí, en este momento singular de la vida de la Iglesia, llamar vuestra atención sobre la próxima XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada bajo el tema: «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional».
Llamar a la Curia, a los Obispos y a toda la Iglesia a que presten una especial atención a los jóvenes, no quiere decir mirar sólo a ellos, sino también dirigir la mirada a un tema crucial para un gran número de relaciones y de urgencias: las relaciones intergeneracionales, la familia, los ámbitos de la pastoral, la vida social...
Lo anuncia claramente el Documento preparatorio en su introducción: «La Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia.
A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy. Como en otro tiempo Samuel (cf. 1 S 3,1-21) y Jeremías (cf. Jr 1,4-10), hay jóvenes que saben distinguir los signos de nuestro tiempo que el Espíritu señala.
Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo del mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer».
La Curia y las Iglesias orientales
La unidad y la comunión que existe en la relación entre la Iglesia de Roma y las Iglesias orientales representa un ejemplo concreto de riqueza en la diversidad para toda la Iglesia. Ellas, en la fidelidad a sus propias tradiciones de dos mil años y en la comunión eclesial experimentan y realizan la oración sacerdotal de Cristo (cf. Jn 17).
En este sentido, en el último encuentro con los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales, hablando del «primado diaconal», señalé también la importancia de profundizar y revisar la delicada cuestión de la elección de los nuevos obispos y eparcas que debe corresponder, por una parte, a la autonomía de las Iglesias orientales y, al mismo tiempo, al espíritu de responsabilidad evangélica y al deseo de reforzar cada vez más la unidad con la Iglesia Católica.
«El todo, en la más convencida aplicación de la auténtica praxis sinodal, que es característica de las Iglesias de Oriente». La elección de cada obispo debe reflejar y reforzar la unidad y la comunión entre el Sucesor de Pedro y todo el colegio episcopal. La relación entre Roma y Oriente es de mutuo enriquecimiento espiritual y litúrgico.
En realidad, la Iglesia de Roma no sería realmente católica sin las inestimables riquezas de las Iglesias orientales y sin el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas nuestros orientales que purifican la Iglesia aceptando el martirio y ofreciendo su vida para no negar a Cristo.
La Curia y el diálogo ecuménico Nos quedan todavía los ámbitos en los que la Iglesia Católica está particularmente comprometida, especialmente después del Concilio Vaticano II. Entre estos, la unidad entre los cristianos que «es una exigencia esencial de nuestra fe, una exigencia que brota desde lo íntimo de nuestro ser creyentes en Jesucristo».
Se trata de un verdadero «camino», pero, como muchas veces han repetido también mis Predecesores, es un camino irreversible y sin vuelta atrás. «La unidad se hace caminando, para recordar que cuando caminamos juntos, es decir, cuando nos encontramos como hermanos, rezamos juntos, trabajamos juntos en el anuncio del Evangelio y en el servicio a los últimos, ya estamos unidos.
Todas las diferencias teológicas y eclesiológicas que todavía dividen a los cristianos serán superadas sólo por esta vía, sin que nosotros hoy sepamos cómo y cuándo, pero esto sucederá según lo que el Espíritu Santo quiera sugerir para el bien de la Iglesia».
La Curia trabaja en este campo para favorecer el encuentro con el hermano, para deshacer los nudos de las incomprensiones y las hostilidades, y para combatir los prejuicios y el miedo del otro, que han impedido ver la riqueza de y en la diversidad y la profundidad del misterio de Cristo y de la Iglesia que permanece siempre más grande que cualquier expresión humana.
Los encuentros mantenidos con los Papas, los Patriarcas y los Jefes de las diversas Iglesias y Comunidades siempre me han llenado de alegría y gratitud. La Curia y el Judaísmo, el Islam y las otras religiones La relación de la Curia Romana con las otras religiones se basa en la enseñanza del Concilio Vaticano II y en la necesidad del diálogo. «Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro».
El diálogo está construido sobre tres orientaciones fundamentales: «El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro.
La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación».
Los encuentros con las autoridades religiosas en varios viajes apostólicos y los encuentros en el Vaticano, son verdadera prueba de ello. Estos son sólo algunos aspectos, importantes pero no exclusivos, del trabajo de la Curia ad extra. Hoy he elegido estos aspectos vinculados al tema del «primado diaconal», los «sentidos institucionales» y «fieles antenas emisoras y receptoras».
Queridos hermanos:
Comencé este nuestro encuentro hablando de la Navidad como la fiesta de la fe, ahora quisiera concluirlo evidenciando que la Navidad nos recuerda que una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis; una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer; una fe que no nos interroga es una fe sobre la cual debemos preguntarnos; una fe que no nos anima es una fe que debe estar animada; una fe que no nos conmueve es una fe que debe ser sacudida.
En realidad, una fe solamente intelectual o tibia es sólo una propuesta de fe que para llegar a realizarse tendría que implicar al corazón, al alma, al espíritu y a todo nuestro ser, cuando se deje que Dios nazca y renazca en el pesebre del corazón, cuando permitimos que la estrella de Belén nos guíe hacia el lugar donde yace el Hijo de Dios, no entre los reyes y el lujo, sino entre los pobres y los humildes.
Ángel Silesio, en su Peregrino querúbico, escribió: «Depende sólo de ti: Ah si pudiera tu corazón ser un pesebre, Dios nacería niño de nuevo en la tierra». [28] Con estas reflexiones renuevo mis más fervientes deseos de Feliz Navidad para vosotros y vuestros seres queridos. ¡Gracias!
(Palabras después del discurso a la curia)
Me gustaría daos, como regalo de Navidad, esta versión italiana de la obra del Beato Padre María Eugenio del Niño Jesús Je veux voir Dieu: Quiero ver a Dios. Es una obra de teología espiritual, nos hará bien a todos. Quizás no leyéndola entera , sino buscando en el índice el punto que más nos interesa o que más necesitamos.
Espero que sea provechoso para todos nosotros. Y además, el Cardenal Piacenza ha sido tan generoso que, con el trabajo de la Penitenciaría, también de Mons. Nykiel, ha confeccionado este libro: La festa del perdono (La fiesta del perdón) como resultado del Jubileo de la Misericordia; y también él quería regalarlo. Gracias al Cardenal Piacenza y a la Penitenciaría Apostólica. Os lo darán a la salida.
¡Gracias! Y, por favor, rezad por mí.
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