En la gran tarea de reconciliación e integración nacional, las comunidades religiosas de Myanmar tienen un papel privilegiado que desempeñar. Las diferencias religiosas no deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación. Las religiones pueden jugar un papel importante en la cicatrización de heridas emocionales, espirituales y psicológicas de todos los que han sufrido en estos años de conflicto. Inspirándose en esos valores profundamente arraigados, pueden contribuir también a erradicar las causas del conflicto, a construir puentes de diálogo, a buscar la justicia y ser una voz profética en favor de los que sufren. Es un gran signo de esperanza el que los líderes de las diversas tradiciones religiosas de este país, con espíritu de armonía y de respeto mutuo, se esfuercen en trabajar juntos en favor de la paz, para ayudar a los pobres y educar en los auténticos valores humanos y religiosos. Al tratar de construir una cultura del encuentro y la solidaridad, contribuyen al bien común y sientan las bases morales indispensables en vistas de un futuro de esperanza y prosperidad para las generaciones futuras.
Ese futuro está todavía en manos de los jóvenes de la nación. Ellos son un regalo que hay que apreciar y alentar, una inversión que producirá un fruto abundante si se les ofrecen oportunidades reales de empleo y una educación de calidad. Esta es una exigencia urgente de justicia intergeneracional. El futuro de Myanmar, en un mundo interconectado y en rápida evolución, dependerá de la formación de sus jóvenes, no sólo en el campo de la técnica, sino sobre todo en los valores éticos de la honestidad, la integridad y la solidaridad humana, que aseguran la consolidación de la democracia y el aumento de la unidad y la paz en todos los niveles de la sociedad. La justicia intergeneracional también exige que las generaciones futuras reciban en herencia un entorno natural que no esté contaminado por la codicia y la rapacería humana. Es esencial que no se les robe a nuestros jóvenes la esperanza y la posibilidad de emplear su idealismo y su talento en remodelar el futuro de su país, es más, de toda la familia humana.
Señora Consejera de Estado, queridos amigos.
En estos días, me gustaría alentar a mis hermanos y hermanas católicos a perseverar en su fe y a seguir anunciando su mensaje de reconciliación y fraternidad a través de obras de caridad y humanitarias, que beneficien a toda la sociedad en su conjunto. Espero que, en cooperación respetuosa con los seguidores de otras religiones y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, contribuyan a abrir una nueva era de concordia y progreso para los pueblos de esta querida nación. Larga vida a Myanmar. Les agradezco su atención y, con los mejores deseos por su servicio al bien común, invoco sobre ustedes los dones celestiales de sabiduría, fortaleza y paz.