ROMA,
Un día como hoy, 11 de octubre, pero de 1962, San Juan XXIII, conocido como el “Papa Bueno”, inauguró el Concilio Vaticano II, un evento de gran relevancia para la Iglesia Católica, en el que participaron alrededor de 2.000 Padres Conciliares de todo el mundo.
El objetivo principal del Concilio, como destacó el propio Papa Roncalli, fue pastoral. En lugar de definir nuevas doctrinas o condenar errores, se centró en el “aggiornamento” (actualización) de la Iglesia para que pudiera transmitir el Evangelio de manera más transparente y efectiva en un mundo en constante cambio. También promovió la búsqueda de la unidad con otras confesiones cristianas y el diálogo con la sociedad moderna, enfocándose en puntos de concordia en lugar de divisiones.
El Vaticano II invitó a observadores de diversas religiones, como judíos, musulmanes e indígenas americanos, así como a miembros de otras Iglesias y denominaciones cristianas, incluyendo a ortodoxos, anglicanos, cuáqueros y protestantes.
Antes de la inauguración del Concilio, el Papa San Juan XXIII había establecido el Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos en 1960, que posteriormente se convirtió en el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Este fue un paso importante de la Santa Sede en el tratamiento de los asuntos ecuménicos de manera estructurada.
Tras la muerte de Juan XXIII en 1963, la dirección del Concilio recayó en el Papa San Pablo VI, quien fue elegido Sucesor de San Pedro el 21 de junio de ese mismo año.
El Concilio Vaticano II concluyó el 8 de diciembre de 1965 y generó una serie de documentos muy significativos, que siguen marcando la vida de la Iglesia. Se redactaron cuatro Constituciones, nueve decretos y tres declaraciones, abordando una amplia gama de temas relacionados con la Revelación divina, la comprensión de la Iglesia y de sus miembros, la liturgia, la unidad cristiana, la libertad religiosa, los medios de comunicación y la relación con el mundo contemporáneo.