Esto no es privativo de los comienzos, todos nosotros tenemos que estar atentos porque la corrupción en los hombres y las mujeres que están en la Iglesia empieza así, poquito a poquito, luego -nos lo dice Jesús mismo- se enraíza en el corazón y acaba desalojando a Dios de la propia vida.
«No se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6,21.24), Jesús dice "no se puede servir a dos señores", como si solo hubiera dos señores en el mundo. No se puede servir a Dios y al dinero. Jesús le da categoría de "señor" al dinero, que quiere decir, que si te agarra no te suelta. Será tu Señor y el de tu corazón, ¡cuidado!
No podemos aprovecharnos de nuestra condición religiosa y de la bondad de nuestro pueblo para ser servidos y obtener beneficios materiales. Hay situaciones, estilos y opciones que muestran los signos de sequedad y de muerte: cuando es eso ¡No pueden seguir entorpeciendo el fluir de la savia que alimenta y da vida!
El veneno de la mentira, el ocultamiento, la manipulación y el abuso al Pueblo de Dios, a los frágiles y especialmente a los ancianos y niños no pueden tener cabida en nuestra comunidad; cuando un consagrado, una consagrada, una comunidad, una institución llámese parroquia o lo que sea, opta por ese estilo es una rama seca, solo hay que sentarse y esperar que el Señor la venga a cortar. Pero Dios no solo corta; la alegoría continúa diciendo que Dios limpia la vid de imperfecciones. ¡Tan linda que es la poda, duele, pero es linda!. La promesa es que daremos fruto, y en abundancia, como el grano de trigo, si somos capaces de entregarnos, de donar la vida libremente.
Tenemos en Colombia ejemplos de que esto es posible. Pensamos en Santa Laura Montoya, una religiosa admirable cuyas reliquias tenemos hoy tenemos aquí. Ella desde esta ciudad se prodigó en una gran obra misionera en favor de los indígenas de todo el país. La mujer consagrada ¡Cuánto nos enseña de entrega silenciosa, abnegada, sin mayor interés que expresar el rostro maternal de Dios!
Así mismo, podemos recordar al Beato Mariano de Jesús Euse Hoyos, uno de los primeros alumnos del Seminario de Medellín, y a otros sacerdotes y religiosas y religiosos de Colombia, cuyos procesos de canonización han sido introducidos; como también otros tantos, miles de colombianos anónimos que, en la sencillez de su vida cotidiana, han sabido entregarse por el Evangelio y que ustedes seguramente llevarán en su memoria y serán estímulo de entrega. Todos nos muestran que es posible seguir fielmente la llamada del Señor, que es posible dar mucho fruto, aun ahora en estos tiempos y en este siglo.
La buena noticia es que Él está dispuesto a limpiarnos. La buena noticia es que todavía no estamos terminados, que estamos en proceso de fabricación, que como buenos discípulos estamos en camino.
¿Cómo va cortando Jesús los factores de muerte que anidan en nuestra vida y distorsionan el llamado? Invitándonos a permanecer en Él; permanecer no significa solamente estar, sino que indica mantener una relación vital, existencial, de absoluta necesidad; es vivir y crecer en unión fecunda con Jesús, fuente de vida eterna.
Permanecer en Jesús no puede ser una actitud meramente pasiva o un simple abandono sin consecuencias en la vida cotidiana, siempre trae una consecuencia. Permítanme proponerles, porque se está haciendo un poco largo esto, no van a decir que sí, porque no les creo, permitánme proponerles tres modos de hacer efectivo este permanecer, que los puede ayudar a permanecer en Jesús
1. Permanecemos en Jesús tocando la humanidad de Jesús:
Con la mirada y los sentimientos de Jesús, que contempla la realidad no como juez, sino como buen samaritano; que reconoce los valores del pueblo con el que camina, así como sus heridas y sus pecados; que descubre el sufrimiento callado y se conmueve ante las necesidades de las personas, sobre todo cuando estas se ven avasalladas por la injusticia, la pobreza indigna, la indiferencia, o por la perversa acción de la corrupción y la violencia.
Con los gestos y las palabras de Jesús, que expresan amor a los cercanos y búsqueda de los alejados; ternura y firmeza en la denuncia del pecado y el anuncio del Evangelio; alegría y generosidad en la entrega y el servicio, sobre todo a los más pequeños, rechazando con fuerza la tentación de dar todo por perdido, de acomodarnos o de volvernos solamente administradores de desgracias.
¡Cuántas veces escuchamos hombres y mujeres consagrados que parece que en vez de administrar gozo, alegría, crecimiento, vida, administran desgracia y se la pasan lamentándose de las desgracias de este mundo, es la esterilidad de quien es incapaz de tocar la carne sufriente de Jesús!.
2. Permanecemos contemplando su divinidad:
Despertando y sosteniendo la admiración por el estudio que acrecienta el conocimiento de Cristo porque, como recuerda San Agustín, no se puede amar a quien no se conoce (cf. La Trinidad, Libro X, cap. I, 3). Privilegiando para ese conocimiento el encuentro con la Sagrada Escritura, especialmente el Evangelio, donde Cristo nos habla, nos revela su amor incondicional al Padre, nos contagia la alegría que brota de la obediencia a su voluntad y del servicio a los hermanos.
Yo les quiero hacer una pregunta pero no me la respondan, se la responde cada uno a sí mismo ¿Cuántos minutos o cuantas horas leo el Evangelio, la Escritura por día? Se la contestan.
Quien no conoce las Escrituras, no conoce a Jesús. Quien no ama las Escrituras, no ama a Jesús (cf. San Jerónimo, Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24,17). ¡Gastemos tiempo en una lectura orante de la Palabra! En auscultar en ella qué quiere Dios para nosotros y para nuestro pueblo.
Que todo nuestro estudio nos ayude a ser capaces de interpretar la realidad con los ojos de Dios, que no sea un estudio evasivo de los aconteceres de nuestro pueblo, que tampoco vaya al vaivén de modas o ideologías.
Que no viva de añoranzas ni quiera encorsetar el misterio, que no quiera responder a preguntas que ya nadie se hace y dejar en el vacío existencial a aquellos que nos cuestionan desde las coordenadas de sus mundos y sus culturas.
Permanecer y contemplar su divinidad haciendo de la oración parte fundamental de nuestra vida y de nuestro servicio apostólico. La oración nos libera del lastre de la mundanidad, nos enseña a vivir de manera gozosa, a elegir alejándonos de la superficialidad, en un ejercicio de auténtica libertad. En la oración crecemos en libertad, en la oración aprendemos a ser libres.
La oración nos saca de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una experiencia religiosa vacía y nos lleva a ponernos con docilidad en las manos de Dios para realizar su voluntad y hacer eficaz su proyecto de salvación.
Y en la oración, yo les quiero aconsejar una cosa también: pidan, contemplen, agradezcan, intercedan, pero también acostumbrense a adorar. No está muy de moda adorar, acostúmbrense a adorar, a aprender a adorar en silencio. Aprendan a orar así.
Seamos hombres y mujeres reconciliados para reconciliar. Haber sido llamados no nos da un certificado de buena conducta e impecabilidad; no estamos revestidos de una aureola de santidad. ¡Ay el religioso, el consagrado, el cura o la monja que vive con cara de estampita. Por favor!
Todos somos pecadores, todos necesitamos del perdón y la misericordia de Dios para levantarnos cada día; Él arranca lo que no está bien y hemos hecho mal, lo echa fuera de la viña y lo quema, nos deja limpios para poder dar fruto. Así es la fidelidad misericordiosa de Dios para con su pueblo, del que somos parte. Él nunca nos dejará tirados al costado del camino, nunca.
Dios hace de todo para evitar que el pecado nos venza y que después nos cierre las puertas de nuestra vida a un futuro de esperanza y de gozo, Él hace de todo para evitar eso y sino lo logra se queda al lado hasta que se me ocurra mirar para arriba porque me doy cuenta que estoy cayendo, así es Él.
3. Finalmente, hay que permanecer en Cristo para vivir en la alegría:
Permanecer para vivir en alegría. Si permanecemos en Él, su alegría estará con nosotros. No seremos discípulos tristes y apóstoles amargados. Lean el final de Evangelii Nuntiandi, nos aconseja esto. Al contrario, reflejaremos y portaremos la alegría verdadera, el gozo pleno que nadie nos podrá quitar, difundiremos la esperanza de vida nueva que Cristo nos ha traído.
El llamado de Dios no es una carga pesada que nos roba la alegría. ¡Qué pesada!, a veces sí pero no nos roba la alegría, a través de ese peso también nos da la alegría. Dios no nos quiere sumidos en la tristeza, uno de los malos espíritus que se apoderaban del alma que ya anunciaban los monjes del desierto, Dios no nos quiere sumidos en el cansancio que vienen de las actividades mal vividas, sin una espiritualidad que haga feliz nuestra vida y aun nuestras fatigas.
Nuestra alegría contagiosa tiene que ser el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios. Somos verdaderos dispensadores de la gracia de Dios cuando transparentamos la alegría del encuentro con Él.
En el Génesis, después del diluvio, Noé planta una vid como signo del nuevo comienzo; finalizando el Éxodo, los que Moisés envió a inspeccionar la tierra prometida, volvieron con un racimo de uvas de este tamaño, signo de esa tierra que manaba leche y miel.
Dios se ha fijado en nosotros, en nuestras comunidades y familias. Están aquí presente y me parece de muy buen gusto que estén los padres y las madres de los consagrados, los sacerdotes y las religiosas.
El Señor ha puesto su mirada sobre Colombia: ustedes son signo de ese amor de predilección. Nos toca ahora ofrecer todo nuestro amor y servicio unidos a Jesucristo, que es nuestra vid. Y ser promesa de un nuevo inicio para Colombia, que deja atrás diluvios, como el de Noé, diluvios de desencuentro y violencia, que quiere dar muchos frutos de justicia y de paz, de encuentro y de solidaridad.
Que Dios los bendiga; que bendiga la vida consagrada en Colombia. Y no se olviden de rezar por mí para que me bendiga también. Gracias.
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