Desde los primeros siglos del cristianismo ha existido un deseo de meditar sobre el Corazón traspasado de Cristo, práctica que hunde sus raíces en la Sagrada Escritura y que encontró profundizaciones en las reflexiones de los Padres de la Iglesia.
Al llegar el siglo XI, la devoción a las cinco llagas del Señor tomó un nuevo impulso, creciendo entre los fieles la piedad por el Sagrado Corazón o por la llaga del hombro de Jesús, entre otras devociones privadas.
Todas ayudaron a los cristianos a enfocarse en su Pasión y Muerte, de tal manera que lograran crecer en el amor hacia Él.
Sin embargo, no fue hasta 1670 que el sacerdote francés Juan Eudes celebró la primera fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
Casi al mismo tiempo, una religiosa conocida por su piedad, Sor Margarita María Alacoque, empezó a informar que tenía visiones de Jesús. Éste se le aparecía con frecuencia y, en diciembre de 1673, le permitió –como se lo había permitido una vez a Santa Gertrudis– descansar la cabeza sobre su Corazón.
Mientras experimentaba el consuelo de su presencia, Jesús le habló de su gran amor y le explicó que la había elegido para dar a conocer su amor y su bondad hacia la humanidad.