Hacer memoria del pasado sirve también para recibir las obras nuevas que Dios quiere hacer en nosotros y a través de nosotros. Y nos ayuda a dejarnos escoger como instrumentos suyos, colaboradores en sus proyectos salvíficos.
También vosotros, jóvenes, si reconocéis en vuestra vida la acción misericordiosa y omnipotente de Dios, podéis hacer grandes cosas y asumir grandes responsabilidades.
Me gustaría haceros algunas preguntas: ¿Cómo "guardáis" en vuestra memoria los acontecimientos, las experiencias de vuestra vida? ¿Qué hacéis con los hechos y las imágenes grabadas en vuestros recuerdos? A algunos, heridos por las circunstancias de la vida, les gustaría "reiniciar" su pasado, ejercer el derecho al olvido.
Pero me gustaría recordaros que no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro. La perla nace de una herida en la ostra. Jesús, con su amor, puede sanar nuestros corazones, transformando nuestras heridas en auténticas perlas. Como decía san Pablo, el Señor muestra su fuerza a través de nuestra debilidad (cf. 2 Co 12,9).
Nuestros recuerdos, sin embargo, no deben quedar amontonados, como en la memoria de un disco duro. Y no se puede almacenar todo en una "nube" virtual. Tenemos que aprender a hacer que los sucesos del pasado se conviertan en una realidad dinámica, para reflexionar sobre ella y sacar una enseñanza y un sentido para nuestro presente y nuestro futuro. Descubrir el hilo rojo del amor de Dios que conecta toda nuestra existencia es una tarea difícil pero necesaria.
Muchos dicen que vosotros, los jóvenes, sois olvidadizos y superficiales. No estoy de acuerdo en absoluto. Pero hay que reconocer que en nuestros días tenemos que recuperar la capacidad de reflexionar sobre la propia vida y proyectarla hacia el futuro. Tener un pasado no es lo mismo que tener una historia.
En nuestra vida podemos tener tantos recuerdos, pero ¿cuántos de ellos construyen realmente nuestra memoria? ¿Cuántos son significativos para nuestros corazones y nos ayudan a dar sentido a nuestra existencia? En las «redes sociales», aparecen muchos rostros de jóvenes en multitud de fotografías, que hablan de hechos más o menos reales, pero no sabemos cuánto de todo eso es «historia», una experiencia que pueda ser narrada, que tenga una finalidad y un sentido.
Los programas en la televisión están llenos de los así llamados «reality show», pero no son historias reales, son sólo minutos que corren delante de una cámara, en los que los personajes viven al día, sin un proyecto. No os dejéis engañar por esa falsa imagen de la realidad. Sed protagonistas de vuestra historia, decidid vuestro futuro.
Cómo mantenerse unidos, siguiendo el ejemplo de María
De María se dice que conservaba todas las cosas, meditándolas en su corazón (cf. Lc 2,19.51). Esta sencilla muchacha de Nazaret nos enseña con su ejemplo a conservar la memoria de los acontecimientos de la vida, y también a reunirlos, recomponiendo la unidad de los fragmentos, que unidos pueden formar un mosaico. ¿Cómo podemos, pues, ejercitarnos concretamente en tal sentido? Os doy algunas sugerencias.
Al final de cada jornada podemos detenernos unos minutos a recordar los momentos hermosos, los desafíos, lo que nos ha salido bien y, también, lo que nos ha salido mal. De este modo, delante de Dios y de nosotros mismos, podemos manifestar nuestros sentimientos de gratitud, de arrepentimiento y de confianza, anotándolos también, si queréis, en un cuaderno, una especie de diario espiritual.
Esto quiere decir rezar en la vida, con la vida y sobre la vida y, con toda seguridad, os ayudará a comprender mejor las grandes obras que el Señor realiza en cada uno de vosotros. Como decía san Agustín, a Dios lo podemos encontrar en los anchos campos de nuestra memoria (cf. Confesiones, Libro X, 8, 12).
Leyendo el Magnificat nos damos cuenta del conocimiento que María tenía de la Palabra de Dios. Cada versículo de este cántico tiene su paralelo en el Antiguo Testamento. La joven madre de Jesús conocía bien las oraciones de su pueblo. Seguramente se las habían enseñado sus padres y sus abuelos.
¡Qué importante es la transmisión de la fe de una generación a otra! Hay un tesoro escondido en las oraciones que nos han enseñado nuestros antepasados, en esa espiritualidad que se vive en la cultura de la gente sencilla y que conocemos como piedad popular. María recoge el patrimonio de fe de su pueblo y compone con él un canto totalmente suyo y que es también el canto de toda la Iglesia.
La Iglesia entera lo canta con ella. Para que también vosotros, jóvenes, podáis cantar un Magnificat totalmente vuestro y hacer de vuestra vida un don para toda la humanidad, es fundamental que conectéis con la tradición histórica y la oración de aquellos que os han precedido.
De ahí la importancia de conocer bien la Biblia, la Palabra de Dios, de leerla cada día confrontándola con vuestra vida, interpretando los acontecimientos cotidianos a la luz de cuánto el Señor os dice en las Sagradas Escrituras. En la oración y en la lectura orante de la Biblia (la llamada Lectio divina), Jesús hará arder vuestros corazones e iluminará vuestros pasos, aún en los momentos más difíciles de vuestra existencia (cf. Lc 24,13-35).
María nos enseña a vivir en una actitud eucarística, esto es, a dar gracias, a cultivar la alabanza y a no quedarnos sólo anclados en los problemas y las dificultades. En la dinámica de la vida, las súplicas de hoy serán mañana motivo de agradecimiento.
De este modo, vuestra participación en la Santa Misa y los momentos en que celebraréis el sacramento de la Reconciliación serán a la vez cumbre y punto de partida: vuestras vidas se renovarán cada día con el perdón, convirtiéndose en alabanza constante al Todopoderoso. «Fiaros del recuerdo de Dios […] su memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal» (Homilía en la S. Misa de la JMJ, Cracovia, 31 de julio de 2016).
Hemos visto que el Magnificat brota del corazón de María en el momento en que se encuentra con su anciana prima Isabel, quien, con su fe, con su mirada perspicaz y con sus palabras, ayuda a la Virgen a comprender mejor la grandeza del obrar de Dios en ella, de la misión que él le ha confiado. Y vosotros, ¿os dais cuenta de la extraordinaria fuente de riqueza que significa el encuentro entre los jóvenes y los ancianos? ¿Qué importancia les dais a vuestros ancianos, a vuestros abuelos?
Vosotros, con sobrada razón, aspiráis a «emprender el vuelo», lleváis en vuestro corazón muchos sueños, pero tenéis necesidad de la sabiduría y de la visión de los ancianos. Mientras abrís vuestras alas al viento, es indispensable que descubráis vuestras raíces y que toméis el testigo de las personas que os han precedido.
Para construir un futuro que tenga sentido, es necesario conocer los acontecimientos pasados y tomar posición frente a ellos (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris Laetitia, 191,193). Vosotros, jóvenes, tenéis la fuerza; los ancianos, la memoria y la sabiduría. Como María con Isabel, dirigid vuestra mirada hacia los ancianos, hacia vuestros abuelos. Ellos os contarán cosas que entusiasmarán vuestra mente y emocionarán vuestro corazón.
Fidelidad creativa para construir tiempos nuevos
Es verdad que tenéis pocos años de vida y, por esto mismo, os resulta difícil darle el debido valor a la tradición. Tened bien presente que esto no significa ser tradicionalistas. No. Cuando María en el Evangelio dice que «El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí» (Lc 1,49), se refiere a que aquellas «cosas grandes» no han terminado, sino que continúan realizándose en el presente.
No se trata de un pasado remoto. El saber hacer memoria del pasado no quiere decir ser nostálgicos o permanecer aferrados a un determinado período de la historia, sino saber reconocer los propios orígenes para volver siempre a lo esencial, y lanzarse con fidelidad creativa a la construcción de tiempos nuevos.
Sería un grave problema que no beneficiaría a nadie el fomentar una memoria paralizante, que impone realizar siempre las mismas cosas del mismo modo. Es un don del cielo constatar que muchos de vosotros, con vuestros interrogantes, sueños y preguntas, os enfrentáis a quienes consideran que las cosas no pueden ser diferentes.
Una sociedad que valora sólo el presente tiende también a despreciar todo lo que se hereda del pasado, como por ejemplo las instituciones del matrimonio, de la vida consagrada, de la misión sacerdotal. Las mismas terminan por ser consideradas vacías de significado, formas ya superadas.
Se piensa que es mejor vivir en las situaciones denominadas «abiertas», comportándose en la vida como en un reality show, sin objetivos y sin rumbo. No os dejéis engañar. Dios ha venido para ensanchar los horizontes de nuestra vida, en todas las direcciones. Él nos ayuda a darle al pasado su justo valor para proyectar mejor un futuro de felicidad. Pero esto es posible solamente cuando vivimos experiencias auténticas de amor, que se hacen concretas en el descubrimiento de la llamada del Señor y en la adhesión a ella. Esta es la única cosa que nos hace felices de verdad.
Queridos jóvenes, encomiendo a la maternal intercesión de la Bienaventurada Virgen María nuestro camino hacia Panamá, así como también el itinerario de preparación del próximo Sínodo de los Obispos. Os invito a recordar dos aniversarios importantes en este año 2017: los trecientos años del descubrimiento de la imagen de la Virgen de Aparecida, en Brasil; y el centenario de las apariciones de Fátima, en Portugal, adonde, si Dios quiere, iré en peregrinación el próximo mes de mayo.
San Martín de Porres, uno de los santos patronos de América Latina y de la JMJ de 2019, en su humilde servicio cotidiano tenía la costumbre de ofrecerle las mejores flores a María, como signo de su amor filial. Cultivad también vosotros, como él, una relación de familiaridad y amistad con Nuestra Señora, encomendándole vuestros gozos, inquietudes y preocupaciones. Os aseguro que no os arrepentiréis.
La joven de Nazaret, que en todo el mundo ha asumido miles de rostros y de nombres para acercarse a sus hijos, interceda por cada uno de nosotros y nos ayude a proclamar las grandes obras que el Señor realiza a través de nosotros.
Desde el Vaticano, 27 de febrero de 2017
Memoria de San Gabriel de Nuestra Señora de los Dolores
FRANCISCO
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