VATICANO,
"Se puede mirar a un sin techo y verlo como a una persona, o bien como si fuese un perro", con estas duras palabras, el Papa Francisco habló de la necesidad de acoger y de ayudar a las personas que viven en la calle.
Lo hizo en una entrevista concedida al semanario "Scarp de' tenis", elaborado por personas en situación de exclusión social de Milán y distribuido directamente en sus calles. La entrevista se publica con motivo de la próxima visita del Santo Padre a esta ciudad italiana prevista para el próximo sábado 25 de marzo.
En sus respuestas, el Pontífice reveló que las primeras palabras que dirige a las personas sin hogar cuando se encuentra con ellas son: "Buenos días, ¿cómo estás?". Francisco explicó que "algunas veces se intercambian pocas palabras, otras veces, por el contrario, se entra en una relación y se escuchan historias interesantes".
El Papa advirtió que "las personas que viven en la calle comprenden inmediatamente cuándo hay un verdadero interés por parte de la otra persona o cuando hay ese sentimiento de pena". En este sentido reconoció que el egoísmo puede establecer una barrera con las personas excluidas. "Es muy difícil ponerse en los zapatos de los demás porque a menudo somos esclavos de nuestro egoísmo", señaló, e indicó que "ponerse en los zapatos de los demás significa tener una gran capacidad de comprensión".
Para explicar mejor lo que quería decir, el Obispo de Roma contó una anécdota. "En el Vaticano -relató- es famosa la historia de una persona sin hogar, de origen polaco, que normalmente se quedaba en la Plaza del Risorgimento de Roma. No hablaba con nadie, ni siquiera con los voluntarios de la Caritas que le llevaban un plato caliente por la tarde. Solamente después de un largo tiempo lograron hacer que les contara su historia: 'Soy un cura, conozco bien a su Papa, estudiamos juntos en el seminario'. Los rumores llegaron a San Juan Pablo II, que escuchó el nombre, confirmó que había estado con él en el seminario y quiso reunirse con él".
Francisco detalló que San Juan Pablo II y el sacerdote, cuando se encontraron, "se abrazaron, después de cuarenta años, y al final de una audiencia el Papa pidió que lo confesara. Después de la confesión, el sacerdote le dijo al Papa: 'Ahora te toca a ti'. Y el compañero de seminario fue confesado por el Papa".