Cada 13 de febrero, la Iglesia conmemora a las santas Fusca y Maura, dos mujeres a las que unió la amistad más especial. Más allá de que pertenecían a estratos sociales diferentes o provenían de mundos distintos, las dos vivieron unidas por la fe, la esperanza y la caridad.
Fusca y Maura fueron contemporáneas de Santa Águeda de Catania y, como ella, sufrieron la terrible persecución organizada por el emperador romano Decio en el siglo III. Ambas entregaron la vida tras negarse a rechazar la fe en Cristo Jesús.
“Dar la fe”
Según la tradición, Fusca nació en el seno de una familia pagana de Rávena, ciudad del antiguo imperio romano, que subsiste hasta hoy como parte de Italia. Maura fue nodriza de Fusca, es decir, fue la mujer que probablemente la amamantó o al menos la cuidó en sus primeros años de vida.
Cuando Fusca alcanzó la edad de 15 años, le confesó en secreto a Maura que había oído hablar del Señor Jesús y que tenía el deseo de convertirse y recibir el sacramento de la iniciación cristiana, el bautismo. Aquella invitación tocó profundamente el corazón de Maura porque ella se consideraba cristiana desde hacía tiempo, aunque todavía no se había bautizado. Es así que ambas mujeres deciden buscar a un sacerdote llamado Hermoloa, quien las instruyó en la fe y las bautizó.