VATICANO,
El Papa Francisco exhortó a no poner nunca condiciones a Dios, porque "nosotros no somos quiénes para decirle lo que debe hacer". Durante la Audiencia General del miércoles celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre animó a los presentes a fiarse de Dios, de sus caminos, de sus prioridades, que no siempre coinciden con las propias.
"No pongamos nunca condiciones a Dios y dejemos, por el contrario, que la esperanza derrote a nuestros temores", indicó. "Fiarse de Dios quiere decir entrar en sus planes sin ninguna pretensión, incluso aceptando que su salvación y su ayuda nos lleguen de una forma diferente a nuestras expectativas".
El Pontífice subrayó que Dios sabe bien lo que necesitamos y es bueno para nosotros: "Nosotros pedimos al Señor vida, salud, afecto, felicidad, y es justo hacerlo, pero siendo conscientes de que Dios trae vida incluso de la muerte, que se puede experimentar la paz incluso en la enfermedad, y que nos puede dar serenidad también en la soledad, y felicidad en el llanto. Nosotros no somos quiénes para decirle al Señor lo que debe hacer, incluido aquello de lo que tengamos necesidad. Él lo sabe mejor que nosotros, y debemos fiarnos, porque su camino y su pensamiento son diferentes a los nuestros".
El Santo Padre realizó estas reflexiones en su catequesis en la que continuó con el ciclo sobre la esperanza cristiana. El Papa meditó sobre el tema "Judit: el coraje de una mujer que da esperanza al pueblo". Para el Pontífice, Judith ejemplifica esa entrega, ese fiarse de Dios y no ponerle condiciones.
"El Libro bíblico que revela el nombre de Judit narra la imponente campaña militar del rey Nabucodonosor, el cual, reinando en Nínive, amplía los confines de su imperio sometiendo y esclavizando a todos los pueblos de su entorno. El lector entiende que se encuentra delante de un grandísimo enemigo invencible que está repartiendo muerte y destrucción, y que llega hasta la Tierra Prometida, situando a los hijos de Israel ante un peligro muy serio".
"El ejército de Nabucodonosor –continuó–, bajo la guía del general Oloferne, asedia una ciudad de Judea, Betulia, corta el suministro de agua y mina la resistencia de la población. La situación era dramática, hasta el punto de que los habitantes de la ciudad se rebelaron contra los ancianos pidiéndoles que se rindieran a los enemigos".