Cada 14 de enero, la Iglesia Católica recuerda a San Félix de Nola, presbítero romano que padeció las persecuciones de los emperadores Decio y Valeriano, lo que le valió ser venerado en calidad de ‘confesor de la fe’ y ‘mártir’, aunque no murió de manera violenta.
Gracias a la biografía sobre San Félix elaborada por San Paulino, obispo de Nola a finales del siglo IV, no son pocos los datos de los que se dispone sobre este gran santo. San Paulino era un fervoroso admirador de Félix, a quien tuvo como santo protector.
Además, escribieron sobre él otros ilustres autores como Beda el Venerable, San Agustín de Hipona y Gregorio Turonense, cuyas obras son consideradas fuentes de extrema confiabilidad.
Sacerdote con ‘olor a oveja’
Se sabe que San Félix nació en Nola (cuyo territorio hoy pertenece a Italia), ubicada cerca de Nápoles, en el siglo III, y que fue hijo de un noble de origen sirio. Abrazó el servicio apostólico desde muy joven, distribuyó su herencia entre los pobres al morir su padre, y luego fue ordenado sacerdote por el obispo local, San Máximo.
A partir de ese momento la amistad entre Máximo y el novel presbítero creció, convirtiéndose Félix en el soporte principal de la labor pastoral del obispo. El sacerdote llevaría a cabo una labor pastoral ejemplar, evidenciando su espíritu solícito y generoso, siempre cercano a los sufrientes y necesitados.