Cada 4 de enero la Iglesia recuerda a San Manuel González García, sacerdote diocesano español, arcipreste de Huelva; luego obispo de Málaga y, posteriormente, de Palencia. Es considerado una de las figuras más importantes del renacimiento eucarístico de la Iglesia en los últimos tiempos.
Fue amigo personal de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, y conoció a San Rafael Arnaiz, célebre monje trapense.
Una vida de cara al Sagrario
Manuel nació en Sevilla (España), el 25 de febrero de 1877. Se le reconoce como a un auténtico pastor, preocupado por el fortalecimiento espiritual de los fieles. Su espíritu inquieto e innovador lo condujo a fundar la Unión Eucarística Reparadora, un movimiento religioso para seglares, integrado por las “Marías de los Sagrarios” y los “Discípulos de San Juan”, cuyos miembros se consagran a la veneración del Santísimo Sacramento con el fin de reparar con la oración los pecados de la humanidad.
Para los sacerdotes creó la asociación de los Misioneros Eucarísticos Diocesanos y para las religiosas las Misioneras Eucarísticas de Nazaret. A San Manuel González García se le ha llamado “Obispo del Sagrario Abandonado” o el “Apóstol de los Sagrarios Abandonados”, no por casualidad. Lamentablemente en los tiempos modernos muchos católicos han perdido conciencia de la importancia de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, así como de la comunión frecuente o de la oración de adoración frente al Santísimo Sacramento.
Pastores como San Manuel González García contribuyen con su ejemplo e inspiran a los fieles a recuperar el amor y la devoción a la Eucaristía, que no es sino la vuelta al núcleo fundamental de nuestra fe e identidad católicas: Dios está realmente presente en medio de su pueblo para congregarlo y alimentarlo.