A este, "aquí estoy" dicho por Dios, que resume toda su voluntad de salvación y de acercarse a nosotros, responde el canto de alegría de Jerusalén, según la invitación del profeta. Es un momento histórico muy importante. Es el fin del exilio en Babilonia, es la posibilidad para Israel de encontrar a Dios y, en la fe –en la fe– encontrarse a sí mismo.
El Señor está cerca, y el "pequeño resto", es decir, el pequeño pueblo que ha quedado después del exilio, el "pequeño resto" que en el exilio ha resistido en la fe, que ha atravesado la crisis y ha continuado creyendo y esperando incluso en medio de la oscuridad, aquel "pequeño resto" podrá ver las maravillas de Dios.
A este punto el profeta introduce un canto de júbilo: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: ¡Tu Dios reina!. […] ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén!, – las ruinas deben cantar porque llega la liberación, viene la reconstrucción –¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios» (Is 52,7.9-10).
Hasta aquí, Isaías. Estas palabras de Isaías, sobre las cuales queremos detenernos un poco, hacen referencia al milagro de la paz, y lo hacen de un modo muy particular, poniendo la mirada no sobre el mensajero, sino sobre sus pies que corren veloz: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia…».
Parece el esposo del Cantar de los Cantares que corre hacia su amada: «Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas» (Cant 2,8). También así, el mensajero de la paz corre, llevando la buena noticia de liberación, de salvación, y proclamando que Dios reina.
Dios no ha abandonado a su pueblo y no se ha dejado derrotar por el mal, porque Él es fiel, y su gracia es más grande del pecado. Esto debemos aprenderlo, ¿eh? ¡Porque nosotros somos testarudos! Y no aprendemos esto. Pero yo les hare una pregunta: ¿Quién es más grande, Dios o el pecado? ¿Quién? … Ah, no están convencidos. No se escucha bien. Y ¿Quién vence al final? ¿Dios o el pecado? Y ¿Dios es capaz de vencer el pecado más grave? También ¿el pecado más vergonzoso? ¿Incluso el pecado que es terrible, el peor de los pecados, es capaz de vencerlo? Sí.