Una de las mayores causas de inquietud en nuestro tiempo es la difusión del terrorismo revestido de términos religiosos. El encuentro de Asís ha puesto el acento también en la importancia del diálogo interreligioso. ¿Cómo lo ha vivido?
Estuvieron todas las religiones que tienen contacto con la Comunidad de San Egidio. Encontré a aquellos que San Egidio contactó, no elegí yo a quien encontrar. Estuvieron muchos y el encuentro fue muy respetuoso y sin sincretismo. Todos juntos hemos hablado de la paz y hemos pedido la paz. Hemos dicho juntos palabras fuertes por la paz, que las religiones de verdad quieren.
No se puede hacer la guerra en nombre de la religión, de Dios: es una blasfemia, es satánico. Hoy (24/09/2016) he recibido a unas 400 personas que estaban en Niza y he saludado a las víctimas, los heridos, gente que ha perdido mujer, o marido o hijos. Ese loco que ha cometido esta matanza lo ha hecho creyendo hacerlo en nombre de Dios. Pobre hombre, ¡era un desequilibrado! Con caridad podemos decir que era un desequilibrado que ha buscado usar una justificación en nombre de Dios. Por eso el encuentro de Asís es muy importante.
Pero usted ha hablado recientemente de otra forma de terrorismo, el del chisme. ¿En qué sentido y qué se hace para vencerlo?
Sí, hay un terrorismo interno y soterrado que es un vicio difícil de extirpar. Describo el vicio de las murmuraciones y de los chismorreos como una forma de terrorismo: es una forma de violencia profunda que todos tenemos a disposición en el alma y que requiere una conversión profunda.
El problema de este terrorismo es que todos podemos ponerlo en acción. Toda persona es capaz de convertirse en terrorista también simplemente usando la lengua. No hablo de los conflictos que se hacen abiertamente, como las guerras. Hablo de un terrorismo furtivo, oculto, que se hace lanzando palabras como "bombas" y que hace mucho mal.
La raíz de este terrorismo está en el pecado original y es una forma de crimen. Es un modo para ganar espacio para uno mismo destruyendo al otro. Es necesaria, entonces, una profunda conversión del corazón para vencer esta tentación, y se necesita mucho examinarse sobre este punto. La espada mata a muchas personas, pero mata más la lengua, dice el apóstol Santiago en el tercer capítulo de su Epístola. La lengua es un miembro pequeño, pero puede desarrollar un fuego de mal e incendiar toda nuestra vida. La lengua se puede llenar de veneno mortal. Este terrorismo es difícil de domar.
Las religiones pueden ser una bendición, pero también una maldición. Los medios de comunicación a menudo comunican noticias de conflictos entre grupos religiosos en el mundo. Algunos afirman que el mundo sería más pacífico si las religiones no existieran. ¿Qué responde a esta crítica?
¡Las idolatrías que están en la base de una religión, no la religión! Hay idolatrías que están unidas a las religiones: la idolatría del dinero, de las enemistades, del espacio superior al tiempo, la codicia de la territorialidad del espacio. Existe una idolatría de la conquista del espacio, del dominio, que ataca las religiones como un virus maligno.
La idolatría es una falsa religión, es una religiosidad equivocada. Yo la llamo "una trascendencia inmanente", es decir, una contradicción. Sin embargo, las religiones verdaderas son el desarrollo de la capacidad que tiene el hombre de trascenderse hacia lo absoluto.
El fenómeno religioso es trascendente y tiene que ver con la verdad, la belleza, la bondad y la unidad. Si no hay esta apertura no hay trascendencia, no hay verdadera religión, hay idolatría. La apertura a la trascendencia entonces no puede de ninguna manera ser causa de terrorismo, porque esta apertura está siempre unida a la búsqueda de la verdad, de la belleza, de la bondad y de la unidad.
Usted ha hablado a menudo en términos muy claros de la terrible situación de los cristianos en algunas áreas de Medio Oriente. ¿Hay todavía esperanza para un desarrollo más pacífico y humano para los cristianos en esa zona?
Creo que el Señor no dejará a su pueblo a su suerte, no lo abandonará. Cuando leemos las duras pruebas a las que fue sometido el pueblo de Israel en la Biblia, o hacemos memoria de las pruebas de los mártires, constatamos cómo el Señor ha ido siempre en ayuda de su pueblo.
Recordamos en el Antiguo Testamento el asesinato de siete hijos con su madre en el libro de los Macabeos. O el martirio de Eleazar. Ciertamente el martirio es una de las formas de las formas de vida cristiana. Recordemos a San Policarpo y la carta a la Iglesia de Esmirna que nos relata las circunstancias de su arresto y de su muerte. Sí, en este momento Medio Oriente es tierra de mártires. Podemos hablar sin duda de una Siria mártir y martirizada.
Quiero citar un recuerdo personal que se me ha quedado en el corazón: en Lesbos me encontré con un padre y sus dos niños. Me dijo que estaba muy enamorado de su mujer. Él es musulmán y ella era cristiana. Cuando llegaron los terroristas quisieron que ella se quite la cruz, pero ella no quiso hacerlo y ellos la degollaron ante sus marido y sus hijos. Y él me siguió diciendo: "Yo la amo tanto, la amo tanto". Sí, ella es una mártir. Pero el cristiano sabe que hay esperanza. La sangre de los mártires es semilla de los cristianos, lo sabemos de siempre.
Usted es el primer Papa no europeo en más de 1200 años, y a menudo ha puesto de relieve la vida de la Iglesia en regiones consideradas 'periféricas' del mundo. ¿Dónde, según usted, la Iglesia Católica tendrá sus comunidades más vivas en los próximos 20 años? ¿Y en qué modo las Iglesias de Europa podrán contribuir al catolicismo del futuro?
Esta es una pregunta unida al espacio, a la geografía. Yo tengo alergia a hablar de espacios, pero digo siempre que desde las periferias se ven mejor las cosas que desde el centro. La vivacidad de las comunidades eclesiales no depende del espacio, de la geografía, sino del espíritu.
Es verdad que las Iglesias jóvenes tienen un espíritu más fresco y, por otro lado, hay Iglesias envejecidas, Iglesias un poco adormecidas, que parecen estar interesadas solamente en conservar su espacio. En estos casos no digo que falte el espíritu: existe, sí, pero está cerrado en una estructura, en un modo rígido, temeroso de perder espacio.
En las Iglesias de algunos países se ve que falta frescura. En este sentido la frescura de las periferias da más lugar al espíritu. Se necesita evitar los efectos de un mal envejecimiento de las Iglesias. Hace bien releer el capítulo tercero del profeta Joel, allí donde dice que los ancianos tendrán sueños y que los jóvenes tendrán visiones. En los sueños de los ancianos está la posibilidad de que nuestros jóvenes tengan nuevas visiones, tengan nuevamente un futuro.
Sin embargo, las Iglesias a veces están encerradas en las programaciones. Lo admito: sé que son necesarias, pero yo me canso de poner mucho énfasis en los organigramas. El espíritu está dispuesto a empujarnos, a llevarnos adelante. Y el espíritu se encuentra en la capacidad de soñar y en la capacidad de profetizar. Este para mí es el desafío para toda la Iglesia.
Y la unión entre los ancianos y los jóvenes es para mí el reto del momento para la Iglesia, el desafío a su capacidad de frescura. Por eso en Cracovia, durante la Jornada Mundial de la Juventud, recomendé a los jóvenes hablar con los abuelos. La Iglesia joven rejuvenece más cuando los jóvenes hablan con los ancianos y cuando los ancianos saben soñar cosas grandes, porque esto hace que los jóvenes profeticen. Si los jóvenes no profetizan, a la Iglesia le falta el aire.
En su visita a Suecia llegará a uno de los países más secularizados del mundo. Una buena parte de su población no cree en Dios, y la religión juega un papel muy modesto en la vida pública y en la sociedad. Según usted, ¿qué se pierde una persona que no cree en Dios?
No se trata de perderse algo. Se trata de no desarrollar adecuadamente la capacidad de trascendencia. El camino de la trascendencia da lugar a Dios, y en esto los pequeños pasos son muy importantes, incluso para los agnósticos o los ateos.
Para mí, el problema surge cuando uno está cerrado y considera que su vida es perfecta en él mismo, y por lo tanto permanece encerrado en sí mismo sin la necesidad de una trascendencia radical. Pero para abrir a los demás a la trascendencia, no es necesario usar muchas palabras o discursos.
Quien vive la trascendencia, es visible. Es un testimonio vivo. En la comida que tuve en Cracovia con algunos jóvenes, uno de ellos me preguntó: "¿Qué debo decirle a un amigo que no cree en Dios? ¿Cómo puedo hacer para que se convierta?" Y le contesté: "La última cosa que debes hacer es decirle algo para que se convierta. ¡Actúa! ¡Vive! Después, viendo tu vida, tu testimonio, el otro quizás te pregunte por qué vives así".
Estoy convencido de que quien no cree en Dios, o no busca a Dios, quizás no ha sentido la inquietud que surge tras ver un testimonio de vida. Y esto está muy ligado al bienestar. La inquietud difícilmente se puede encontrar en el bienestar. Por eso creo que contra el ateísmo, contra la cerrazón ante la transcendencia, rezar y dar testimonio es la mejor forma de actuar.
Los católicos en Suecia son una pequeña minoría y además compuesta de inmigrantes de varias naciones del mundo. Usted encontrará a algunos de ellos en la Misa en Malmo el 1 de noviembre. ¿Cómo ve el papel de los católicos en una cultura como la sueca?
Veo una sana convivencia, donde cada puede vivir la propia fe y expresar su testimonio viviendo un espíritu abierto y ecuménico. No se puede ser católico y sectario. Se necesita tender a estar junto a los otros. "Católico" y "sectario" son dos palabras en contradicción. Por eso al inicio no preveía celebrar una Misa para los católicos en este viaje: quería insistir sobre un testimonio ecuménico.
Después he reflexionado bien sobre mi rol de pastor de un rebaño católico que llegará también de otros países vecinos como Noruega y Dinamarca. Entonces, respondiendo a la ferviente petición de la comunidad católica, he decidido celebrar una Misa, alargando el viaje de un día.
En efecto quería que la Misa fuese celebrada el mismo día y en el mismo lugar del encuentro ecuménico para evitar confundir los planes. El encuentro ecuménico es preservado en su significado profundo según un espíritu de unidad, que es el mío. Esto ha creado problemas organizativos, lo se, porque estaré en Suecia también en el día de los Santos, que aquí en Roma es importante. Pero para evitar malentendidos he querido que fuese así.
Usted es un jesuita. Desde 1879 los jesuitas han desarrollado sus actividades en Suecia con parroquias, ejercicios espirituales, la revista "Signum" y en los últimos 15 años, gracias al Instituto universitario "Newman". ¿Qué trabajos y qué valores deberían caracterizar el apostolado de los jesuitas hoy en este país?
Creo que la primera tarea de los jesuitas en Suecia debe ser favorecer en cada modo el diálogo con aquellos que viven en la sociedad secularizada y con los no creyentes: hablar, compartir, comprender, estar al lado.
Después, claramente, favorecer el diálogo ecuménico. El modelo para los jesuitas suecos debe ser San Pedro Fabro, que estaba siempre en camino y que estaba guiado por un espíritu bueno, abierto. Los jesuitas no tienen una estructura quieta. Se necesita tener el corazón inquieto y tener estructuras, sí, pero inquietas.
¿Quién es Jesús para Jorge Mario Bergoglio?
Jesús para mi es Aquel que me ha mirado con misericordia y me ha salvado. Mi relación con Él tiene siempre este principio y fundamento. Jesús ha dado sentido a mi vida de aquí en la tierra, y esperanza para la vida futura. Con la misericordia me ha mirado, me ha tomado, me ha puesto en camino… Y me ha dado una gracia importante: la gracia de la vergüenza.
Mi vida espiritual está toda escrita en el capítulo 16 de Ezequiel. Especialmente en los versos finales, cuando el Señor revela que establecerá su alianza con Israel diciéndole: 'tú sabrás que yo soy el Señor, para que te acuerdes y te avergüences, y para que en tu confusión no te atrevas a abrir la boca, cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho'. La vergüenza es positiva: te hace actuar, pero te hace entender cuál es tu lugar, quién eres, impidiendo toda soberbia y vanagloria.
Una última palabra, Santo Padre, sobre el viaje a Suecia…
Lo que me viene a la cabeza de forma espontánea para añadir es, simplemente: ¡ir, caminar juntos! No nos quedemos cerrados en nuestras rigideces respectivas, porque en ese caso no habrá posibilidad de reforma.
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