Cada 6 de octubre la Iglesia recuerda al Beato Bartolo Longo (1841-1926), laico y abogado italiano, fundador del Santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya (Italia). Fervoroso catequista y hombre dedicado a asistir a los más necesitados, reconocido como uno de los más grandes difusores de la devoción del Santo Rosario en el siglo XX.
En su juventud, Bartolo se involucró con el mundo del ateísmo militante, dando inicio a una espiral descendente que lo llevaría al espiritismo, contagiado por las modas anticristianas de su tiempo. Permaneció viviendo así hasta que finalmente dejó que Dios tocara su corazón, regresando a la fe cristiana de manera definitiva.
En su proceso de conversión, la Virgen María ejerció un papel decisivo, al punto que Ella se convertiría en el motivo de inspiración para su vida. No por casualidad, Bartolo fue llamado “el hombre de la Virgen” por el Papa San Juan Pablo II.
Caminando entre las sombras
Bartolo Longo nació en la localidad de Latiano (Italia), el 10 de febrero de 1841. Antes de obtener la licenciatura como abogado en la Universidad de Nápoles, se enredó en el mundillo de las prácticas anticristianas, muy comunes en la época. Mientras se dedicaba a la política, cayó presa de las supersticiones y el espiritismo. Incluso se dice que llegó a ser “medium” de primer rango y “sacerdote espiritista”.
Por otro lado, la filosofía de Hegel y el racionalismo sin trascendencia de Renán lo tuvieron ideológicamente capturado. En el proceso empezó a odiar a la Iglesia, organizando eventos y conferencias contra ella, alabando a todo aquél que la criticara.