Señoras y Señores
Me alegro mucho de visitar Azerbaiyán y os agradezco la cordial acogida en esta ciudad, capital del país, en la orilla del Mar Caspio, ciudad que ha transformado radicalmente su rostro con construcciones recientes, como en la que se desarrolla este encuentro. Señor Presidente, le agradezco vivamente las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre del gobierno y del pueblo azerí, y por haberme ofrecido la posibilidad, gracias a su cortés invitación, de devolver la visita que junto a su consorte realizó el año pasado al Vaticano.
He llegado a este país llevando en el corazón la admiración por la complejidad y riqueza de su cultura, fruto de la aportación de tantos pueblos que a lo largo de la historia han habitado estas tierras, dando vida a un tejido de experiencias, valores y peculiaridades que caracterizan la sociedad actual y se traducen en la prosperidad del moderno Estado azerí.
El próximo 18 de octubre Azerbaiyán celebrará el 25 aniversario de su independencia, y esa fecha ofrece la posibilidad de tener una visión de conjunto de todos los acontecimientos de estos decenios, de los progresos alcanzados y de las problemáticas que el país está afrontando
El camino recorrido hasta aquí muestra claramente los notables esfuerzos que se han hecho para consolidar las instituciones y favorecer el crecimiento económico y civil de la nación. Es una trayectoria que exige una constante atención a todos, especialmente a los más débiles; una trayectoria posible gracias a una sociedad que reconoce los beneficios de la multiculturalidad y de la necesaria complementariedad de las culturas, de manera que entre los distintos componentes de la comunidad civil y entre los que pertenecen a diferentes confesiones religiosas se instauren relaciones de mutua colaboración y respeto.
Este esfuerzo común en la construcción de una armonía entre las diferencias es particularmente importante en este tiempo, porque muestra que es posible testimoniar las propias ideas y la propia concepción de la vida sin conculcar los derechos de los que tienen otras concepciones o formas de ver. Toda pertenencia étnica o ideológica, como todo auténtico camino religioso, debe repudiar actitudes y concepciones que instrumentalizan las propias convicciones, la propia identidad o el nombre de Dios para legitimar intentos de opresión y dominio.