TIFLIS,
El Papa Francisco celebró esta mañana en Georgia una Misa en el estadio Mikheil Meskhi, en la ciudad de Tiflis, para la segunda parte de su viaje apostólico a la región del Cáucaso, tras su visita a Armenia en junio.
A continuación el texto completo de la homilía:
Entre los muchos tesoros de este espléndido país destaca el gran valor que representan las mujeres. Ellas -escribía santa Teresa del Niño Jesús, cuya memoria celebramos hoy- «aman a Dios en número mucho mayor que los hombres» (Manuscritos autobiográficos, Manuscrito A, VI). Aquí en Georgia, hay muchas abuelas y madres que siguen conservando y transmitiendo la fe, sembrada en esta tierra por santa Nino, y llevan el agua fresca del consuelo de Dios a muchas situaciones de desierto y conflicto.
Esto nos ayuda a comprender la belleza de lo que el Señor dice en la primera lectura de hoy: «Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo» (Is 66,13). Como una madre toma sobre sí el peso y el cansancio de sus hijos, así quiere Dios cargar con nuestros pecados e inquietudes; él, que nos conoce y ama infinitamente, es sensible a nuestra oración y sabe enjugar nuestras lágrimas. Cada vez que nos mira se conmueve y se enternece con un amor entrañable, porque, más allá del mal que podemos hacer, somos siempre sus hijos; desea tomarnos en brazos, protegernos, librarnos de los peligros y del mal. Dejemos que resuenen en nuestro corazón las palabras que hoy nos dirige: «Como una madre consuela, así os consolaré yo».
El consuelo que necesitamos, en medio de las vicisitudes turbulentas de la vida, es la presencia de Dios en el corazón. Porque su presencia en nosotros es la fuente del verdadero consuelo, que permanece, que libera del mal, que trae la paz y acrecienta la alegría. Por lo tanto, si queremos ser consolados, tenemos que dejar que el Señor entre en nuestra vida. Y para que el Señor habite establemente en nosotros, es necesario abrirle la puerta y no dejarlo fuera. Hay que tener siempre abiertas las puertas del consuelo porque Jesús quiere entrar por ahí: por el Evangelio leído cada día y llevado siempre con nosotros, la oración silenciosa y de adoración, la Confesión y la Eucaristía. A través de estas puertas el Señor entra y hace que las cosas tengan un sabor nuevo. Pero cuando la puerta del corazón se cierra, su luz no llega y se queda a oscuras. Entonces nos acostumbramos al pesimismo, a lo que no funciona bien, a las realidades que nunca cambiarán. Y terminamos por encerrarnos dentro de nosotros mismos en la tristeza, en los sótanos de la angustia, solos. Si, por el contrario, abrimos de par en par las puertas del consuelo, entrará la luz del Señor.
Pero Dios no nos consuela sólo en el corazón; por medio del profeta Isaías, añade: «En Jerusalén seréis consolados» (66,13). En Jerusalén, en la comunidad, es decir en la ciudad de Dios: cuando estamos unidos, cuando hay comunión entre nosotros obra el consuelo de Dios. En la Iglesia se encuentra consuelo, la Iglesia es la casa del consuelo: aquí Dios desea consolar. Podemos preguntarnos: Yo, que estoy en la Iglesia, ¿soy portador del consuelo de Dios? ¿Sé acoger al otro como huésped y consolar a quien veo cansado y desilusionado? El cristiano, incluso cuando padece aflicción y acoso, está siempre llamado a infundir esperanza a quien está resignado, a alentar a quien está desanimado, a llevar la luz de Jesús, el calor de su presencia y el alivio de su perdón. Muchos sufren, experimentan pruebas e injusticias, viven preocupados. Es necesaria la unción del corazón, el consuelo del Señor que no elimina los problemas, pero da la fuerza del amor, que ayuda a llevar con paz el dolor. Recibir y llevar el consuelo de Dios: esta misión de la Iglesia es urgente. Queridos hermanos y hermanas, sintámonos llamados a esto; no a fosilizarnos en lo que no funciona a nuestro alrededor o a entristecernos cuando vemos algún desacuerdo entre nosotros. No está bien que nos acostumbremos a un «microclima» eclesial cerrado, es bueno que compartamos horizontes de esperanza amplios y abiertos, viviendo el entusiasmo humilde de abrir las puertas y salir de nosotros mismos.